26 de agosto de 2012

De Benarés al cielo




La India, amalgama de sabores, olores, colores y culturas, tan ofensiva e irritante como majestuosa  y  brillante. En la India encuentras lo mejor y lo peor de este mundo. Desde los palacios y rincones más ostentosos hasta la miseria más putrefacta e insultante.

Pero no por ello la descartéis de vuestra agenda viajera y alguna vez en la vida, coged un avión y aterrizad en este subcontinente, porque lo que allí se siente, es difícil volver a sentirlo en ningún otro rincón del mundo. La India es un asalto a los sentidos y  jamás te dejará indiferente.



Al norte del país se encuentra la ciudad de Benarés (Varanasi). Ciudad sagrada para el hinduismo. Mark Twain escribió: "Benarés es más antigua que la Historia, más antigua que las tradiciones, más vieja incluso que las leyendas, y parece el doble de antigua que todas juntas”

Sus callejuelas bulliciosas tienen unos 3.000 años de historia. Dicen que en otro tiempo fue la casa del dios Shiva. Asentada a orillas del Ganges, Varanasi es un espectáculo en si misma, una fuente inagotable de emociones. También es un importante centro de peregrinación hindú ya que, según predican, si mueres en Benarés te evitas pasar por todo el ciclo de reencarnaciones y llegas directo al paraíso sin pagar peajes.



Así las cosas, en esa ciudad se reúnen pudientes e indigentes, santeros, santones y curanderos, desahuciados,  leprosos, señoritas y  andrajosos, místicos locales e internacionales. Todos finalizan la peregrinación en los ghats situados en la orilla del río, con el fin de darse baños purificantes en sus aguas y elevar sus oraciones a los dioses. Otros se quedan tirados por sus calles esperando pasar a mejor vida y ganarse el cielo.









Para disfrutar de estos rituales no hay cosa mejor que coger una barca a primera hora y navegar por el río al amanecer. La ciudad se despierta llena de reflejos de colores rojizos y por su atmósfera mística crees estar en otro mundo, y lo estás, porque Benarés es sencillamente otro mundo, un mundo muy especial.





A lo lejos, más apartados,  se ven y se huelen las columnas de humo de las pilas funerarias en los crematorios. Los finados, envueltos en telas y guirnaldas, son quemados y tiradas al río sus cenizas. Si la familia no puede comprar suficiente leña para consumir el cadáver, lo sobrante se irá igualmente al río, por lo que siempre puedes encontrarte sorpresas flotantes en las aguas.

Pero Varanasi, es mucho más que eso, es bullicio, es contraste, es vida y es muerte, es color y es olor, es pasión y descubrimiento, es alegría y desaliento. Misticismo y dura realidad frente al sagrado Ganges que la arrulla por los siglos de los siglos.










Ultramarinos Bodeler
(Fotos y texto)

20 de agosto de 2012

Ferragosto

Gracias a la campaña publicitaria de una conocida marca de bebida ahora cualquier urbanita puede tener su pueblo.  Tan fácil como sentirse huérfano, de ese lugar de toda la vida, llegado este momento crítico del año  y pedir la adopción. Se ve que pueblos hay que añoren al veraneante, que echen en falta esa peregrinación de almas contaminadas por el mundanal cosmopolitismo.

Yo sentí esa carencia. Años y años de campamentos, clases y viajes de intercambio cultural no llenaron ese vacío. Yo quería mi propio pueblo. ¿Por qué otros niños sí lo tenían? No había respuesta. Llegaba finales de junio y otra vez la letanía de aprovechar el verano. Actividades diversas, estimulantes, instructivas.  Pero yo  no quería hacer nada más que escaparme a ese pueblecito de paredes blancas que había visto en las postales que me enviaba mi amiga Raquel. No podía evitar envidiarle. Su propio pueblo, donde cada año volver. Y sobre todo, donde nadie le decía  lo que tenía que hacer. Con su río donde bañarse, con sus bicis, helados, primos y vecinos con los que jugar, calles llenas de personajes misteriosos, excursiones a parajes fabulosos. Mi imaginación se empezaba a desbordar. Sus historias tras cada verano me daban cada vez más elementos. Lo empecé a tener claro. Inventaría mi propio pueblo.
Y así hice. Del sur. Serrano. Y como no, de blanquísimas paredes de cal. Chimeneas cónicas. Unas majestuosas montañas recortando el horizonte, como una ballena varada en un azul mar. Chicharras y grillos monocordes. Una fuente cantarina en la plaza. No soy creyente, pero no pude evitar la iglesia con su campanario, le daba señorío. Una pequeña casa, con tejado de pizarra y unas escaleras donde poder sentarme y dejar pasar las horas, sin prisa, sin más. Y la noche, la fabulosa noche de la que tanto había oído hablar, cuajada de estrellas, donde era posible ver la Vía Lactea y la Osa Polar.

Cada vez que me quería escapar de un aburrido panorama solo tenía que cerrar los ojos y cruzar el umbral de esa casa. Y allí estaba, en Ferragosto, mi pueblo, mi refugio.
Aún hoy no puedo olvidarme de esa postal, de ese pueblo. Ya adulta lo he buscado pero no lo he conseguido encontrar. Como me gustaría cerrar los libros, bajar la persiana, cerrar con llave. Saber que me pudiera exiliar a ese Ferragosto de mis recuerdos en el que todo es más fácil y llevadero, donde todo se puede borrar y redibujar a mi antojo.
Viridiana


13 de agosto de 2012

Postales desde el supramundo: El amor


Hacía tres días que Marita estaba exhausta. Ya se habían ido Albertito Jr. y Samantha de vuelta para Boston y ella aún no se recuperaba del trajín que le ocasionó la visita de su hijo con su futura esposa modelo norteamericano del ’87. No había aspirina que calmara sus fuertes jaquecas ni masajista que pudiera aflojar semejante tensión.
Marita era una mujer fuerte, pero las idas y venidas entre almuerzos, cenas, reuniones y presentaciones familiares de la nueva pareja, la habían dejado molida, física y mentalmente.
Por eso su marido, Alberto Echegoyen-Lucrault, le había sugerido hacerse una escapadita a la Micronesia. Ya habían pasado varios años desde su última estadía en tan paradisíacas playas, y tal vez un respiro podría resultarles reconfortante a ambos.

_ Ay Albertito querido, ¡vos siempre sacás estas ideas tan descabelladas! ¿Te parece que yo me puedo ir de vacaciones justo en esta época del año? Pero che, ¡fíjate en el almanaque por Dios! ¡Faltan 3 semanas para que se acabe el año! Yo tengo que presidir la cena de fin de año de la Fundación, preparar los envíos de postales de Navidad, ir a Caritas a llevar la ropa que este año no usamos, ni hablar de la  organización de la cena familiar por las Fiestas  y además, ¡asistir a todos los miles de eventos que se acumulan en estas fechas! ¡Albertito bajáte de la palmera te lo pido por favor, aterrizá en planeta Tierra urgente mi querido!

_ Mirá Marita, ¡no exagerés! Fue un comentario simplemente, irnos nomás una semana, hacer un break antes de fin de año, cambiar un poco el aire. ¡No es para que te pongas de esa manera ni me hagas quedar como un reverendo estúpido que no sabe donde está parado! ¡Como siempre, vos ante cualquier iniciativa mía, decís que no! ¡Dejalo así, mejor hacé de cuenta que no te dije nada!

A Marita le subió la presión. Cosa frecuente cada vez que tenía algún entredicho con Albertito. La sacaba de sus casillas que su marido le hiciera esos comentarios tan desubicados cuando ella se encontraba tan atareada. Sentía que en algún punto Albertito la subestimaba. Ella sí tenía cosas serias que hacer. No era ninguna ama de casa cualquiera que perdía su preciado tiempo pintándose las uñas.
En el fondo, lo que más la mortificaba era que Albertito siempre fue así. Cada vez que ella le hacía un planteo de las miles de cosas que tenía pendientes de hacer, su marido le salía con respuestas del tipo “bueno, tomate unos días de vacaciones”, “incrementá las clases de yoga”, “pedile un turno extra a tu psicoanalista”, “pintá una mandala”, “andáte un finde de spa”, etc.
Como si esas “mágicas soluciones” que Albertito le proponía, fuesen a atenuar la incesante actividad de sus nervios. Ella buscaba descargar la presión que en no pocas ocasiones la desbordaba, y él, le respondía con comentarios fuera de lugar, bromas sutiles que su retorcido ingenio sabía decodificar.
Pero bueno, en el fondo Albertito había sido un buen marido. Que ella supiese, no le había sido infiel, cosa que ella agradecía enormemente, claro. Al menos, si alguna vez tuvo una amante, supo darle a ella el respeto merecido al manejarse con excelente decoro y clandestinidad. Por otra parte, Albertito se esforzó en transformar la empresa familiar en un lucrativo holding, no era ningún vago que especulaba con acciones. Un laburante de los de antes, esos que incluso trabajan los domingos, pero con saco y corbata.
Junto a él, pudo disfrutar de grandes lujos, recorrer medio globo terráqueo y vestir tal cual mannequin de pasarela parisina. A su lado, cumplió su preciado sueño de ser madre y dio a luz tres criaturas, devenidas hoy en adultas, grandes promesas de las cuales sentirse orgullosa. Aunque con Sabrinita, la más pequeña, había tenido varios percances.
Albertito tampoco había sido un marido demasiado requirente. Nomás había estado un poco calentón los primeros años de matrimonio, hecho esperable durante la juventud, pero con el devenir del tiempo, se había transformado en un hombre apacible y poco demandante. Supo darle espacios de libertad, jamás cuestionó sus usos de la tarjeta de crédito y dejó que Marita decorara íntegramente la casa seis veces sin siquiera chistar. Vivir durante meses rodeado de albañiles muchas veces resulta tedioso, sin embargo, Albertito supo bancársela para darle el gusto a su esposa.
Por eso, Marita sabía que había elegido bien. No es que le había tocado la lotería, pero había transitado el camino correcto. ¿Si alguna vez había estado enamorada de él? Eso nunca lo supo, y tampoco la inquietaba. Tal vez, el amor marital había sido una de las pocas cosas que Marita no había saboreado de este mundo. Igualmente, miraba a su alrededor y pensaba que mucho no se había perdido.

Angustias Declive

5 de agosto de 2012

A las puertas del cielo: Ascenso al Huayna Picchu






Suena el despertador a las cuatro de la mañana, en un hotel de Aguas Calientes (Perú), invierno en el hemisferio sur. La lluvia nos empapa mientras esperamos el autobús que nos conducirá a la montaña mágica. Nuestra intención es ver amanecer desde el Machu Picchu, como tantas veces hicieron sus habitantes quechuas y los incas gobernantes hace ya 600 años.

Al llegar a la ciudadela la encontramos llena de brumas, apenas pueden verse las ruinas que están a tu lado, pero la sensación de estar rodeado de nubes a 2.500 metros de altura es indescriptible. Hay una atmósfera fantasmagórica, se respira el silencio y la solemnidad del lugar se multiplica por mil. El madrugón se olvida fácilmente cuando estás entre esas nubes con tanta historia. Aún así, esperaba fervientemente a que aclarase el día, después de tanto esfuerzo para llegar hasta esa montaña, maravilla del mundo, no quería ni imaginar que las nubes no me dejaran disfrutarla.


Las cruces roja señalan el camino inca por el que se asciende 

Intuyendo apenas las ruinas y sin ver nada del paisaje que nos rodeaba, cruzamos por la ciudadela y llegamos a la puerta del Huayna Picchu o “montaña joven”. Un cerro escarpadísimo de casi 2.700 metros de altura, muy vertical, que impresiona solo con verlo en las fotos. Es el monte que preside el Machu Picchu o “montaña vieja”, el pico que siempre aparece en las instantáneas y que casi nunca se nombra. Ese pico majestuoso que se eleva hasta las puertas del cielo y que impone su presencia, altivo e implacable, desde cualquier perspectiva.

 
En una ladera del Huayna Picchu aún se conserva un sendero inca estrecho y peligroso con escaleras endemoniadas en la mayoría del tramo. A un lado, está el abismo, al otro, las paredes del cerro. Ascender hasta la cima es realmente agotador pero vale muchísimo la pena. Los más preparados tardan aproximadamente una hora, para el resto de los mortales, hora y media.

En la montaña se encuentran ruinas incas y el Templo de la Luna. Hay varias hipótesis sobre ellas, por un lado parece que tenían un fin de observación astrológica como muchos templos de los incas, pero también se cree que servía como puesto de vigilancia de la ciudadela del Machu Picchu y que un vigía subía para divisar toda la zona y comprobar que todo estuviera en orden.

Yo, aún teniendo entrada (solo pueden entrar 400 personas por día y hay que firmar un control por si te pasara algo) ya había decidido no subir dada mi condición semi perezosa y medio asmática, pero una vez allí, a pesar de la llovizna que aumentaba la dificultad, algo me empujó a hacerlo, a probarlo. Quizás fueran los ánimos que da el mate de coca, pero yo prefiero pensar que fue la magia de ese lugar la que me impulsó hacia arriba, algo magnético en el camino,  una fuerza repentina y especial, como si no hubiera otra opción que llegar hasta la última roca, como si ese fuera el único destino. Poco a poco fui ascendiendo hasta que cuando quise arrepentirme estaba en mitad de la montaña;  si había llegado hasta allí, tenía que llegar hasta la cima, con el corazón en la boca y la respiración desbocada, pero hasta la cima.


Terrazas incas cerca del cimo

En el último tramo aún subsisten antiguas terrazas incas con escaleritas mucho más estrechas por donde tienes que trepar a cuatro patas si no quieres acabar despeñado, incluso hay un pequeño túnel natural entre las rocas por el que debes ir agazapado.  Y… de repente…. asomas la cabeza… trepas por una pequeña escalera de madera apoyada en una roca enorme y  ZAS… el final!! La nube, el cielo, el punto más alto!! Y en un segundo (o quizás dos) la falta de aliento desaparece, el sudor se seca y el corazón vuelve a su sitio al contemplar la inmensidad que te rodea. En cambio, la respiración no se normaliza, no, la respiración se corta porque no hay palabras ante las puertas del cielo.



Vista desde la cima
  

Conforme pasan los minutos, sentado en una de las rocas rodeadas de precipicios, recuperando el aliento, las brumas se van despejando y se abre ante ti el paraíso, la maravilla del mundo a tus pies, el Machu Picchu visto desde las alturas, su forma de cóndor, el verdor de los bosques, los cerros vigilantes que lo rodean, como soldados de los incas que guardan por siempre el edén de sus dioses.  

¡Vuelve a la realidad! Ahora toca bajar por el mismo camino. Quien tenga vértigo, que se quede allí arriba, entre el Sol y la Luna.

Panorámicas de bajada







Escaleras de bajada

Escaleras?








Ultramarinos Bodeler












































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