24 de septiembre de 2012

El hacedor de justicias





























Los cuadros de Oswaldo hablan, pero sobre todo sienten. Sienten de una manera muy intensa, demasiado gráfica, demasiado táctil, extremadamente vivaz. Observarlos se transforma en una experiencia corporal que abarca todos los sentidos. Sus cuadros no solo se miran, también se escuchan, se escriben, se transpiran, se tiemblan, se admiran, se sueñan, se sufren, se lloran, se sienten.




























Sus personajes nos abren la puerta de un mundo donde el padecimiento se torna seña de identidad, donde el racismo enseña sus crueles huellas. Él nos recuerda que hay una Latinoamérica postergada, ultrajada, humillada, que no olvida ni perdona y que merece ser tenida en cuenta. Desde su Ecuador natal, Oswaldo nos muestra un mundo que habita en muchos otros mundos. Esos lugares hostiles, plagados de odio y de las más vergonzosas bajezas humanas.
Oswaldo expresa la ira con su pincel, la bordea, delinea, recorta, expulsa y contiene, la hace palpable. Las miradas oscuras, los ojos marcados, las manos desgarradas, las grietas, señalan que el capítulo aún no culminó. ¿Es que acaso todas las heridas tienen el mismo poder de cicatrización? Admirando su arte, me doy cuenta que no.





























¡Pinta Oswaldo, pinta! Colorea la pobreza, la rabia, la ignorancia, el dolor, el olvido, la violencia, la marginalidad, la injusticia. ¿Quién dijo que ya no habitas en este mundo, si tus obras no paran de gritar?


"Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente"(Oswaldo Guayasamín)
























Itsamá Araucanía 

18 de septiembre de 2012

El espíritu del vino en las bodegas de Fuentecén y la Ribera del Duero


Fuentecén

En un lugar de Castilla, de cuyo nombre me acuerdo todos los días, duermen bajo tierra cuevas históricas con mil y un secretos en su interior. Hablamos de la provincia de Burgos, hablamos de la Ribera del Duero, hablamos, por hablar, de un pequeño pueblo llamado Fuentecén.  

Este municipio está enclavado al sur de la provincia, en el corazón de la Ribera, una tierra regada por el río Duero que huele a medievo en cada esquina, plagada de testimonios mudos de aquella época: castillos, torreones defensivos, monasterios y tributos oníricos a princesas y caballeros.


Castillo de Peñaranda de Duero



Castillo de Peñafiel

Fuentecén está en una comarca históricamente dedicada al cultivo de la vid y la elaboración de vinos, donde la mayoría de los pueblos, por pequeños que sean, conservan un entramado de galerías subterráneas que antaño se excavaron con la finalidad de conservar el vino cosechado. Su profundidad oscila entre los 7 y los 12 metros y conservan el vino a una temperatura entre 11º y 13º grados, con un nivel de humedad constante  durante todo el año.

 
Viñas en el pinar de Fuentecén
   

 
Escalera interior de bodega





















En el libro Viñedos, vino y bodegas en la historia de Aranda de Duero sus autores Javier Iglesia y Alberto Villahoz nos hablan de las bodegas de Aranda y por ende, de las de la Ribera: “No son las bodegas lugares de refugio o pasadizos para escapar de la villa murada. No son tampoco sus autores los romanos o los árabes. Es ilusorio pensar en tal número de perforaciones en tiempos donde la guerra se entendía como combates cuerpo a cuerpo. Las bodegas, cuevas entrelazadas en profundidad, fueron construidas con un fin lógico e inmediato, el servir de almacenamiento a unas, cada vez mayores cosechas de vino, probablemente desde finales del siglo XIII. Las bodegas no son evidentemente construidas todas al mismo tiempo… pero en esa época la Ribera y en especial Aranda de Duero, se convierten en exportadores de vino a un centro de población tan importante como lo es, durante la Edad Media y el Renacimiento, la ciudad de Burgos.”


Interior de una bodega de Aranda de Duero
“Las instalaciones vinarias tradicionales, lagares y bodegas, se han seguido utilizando hasta el siglo XX, formando unas construcciones singulares que, en los lugares donde aparecen conjuntamente fuera de los pueblos, llegan a crear barrios diferenciados, conjuntos arquitectónicos propios” Así pasa en Fuentecén, donde las bodegas y lagares se encuentran en un pequeño cerro muy próximo al pueblo llamado Santa Ana o bien en el pinar a las afueras de la localidad. En cambio, en Aranda de Duero, ciudad capital de la Ribera, las encontramos en el centro de la villa, probablemente por razones defensivas.


Plano de la red de bodegas subterráneas de Aranda
  
Exterior de las bodegas de Santa Ana


 En cuanto a su estructura y construcción, nos explican: “Los elementos de los que constan las bodegas son los necesarios para la seguridad de las instalaciones, así como para la conservación del vino: arcos de piedra arenisca o caliza o los más recientemente construidos de ladrillo y hormigón; zarceras o chimeneas que comunican con el exterior, sumideros para filtrar el agua utilizada en el lavado de las cubas; respiraderos o pequeños orificios que comunican las galerías.” Si bien, en el resto de pueblos de la comarca, las bodegas son de construcción mucho más sencilla que en Aranda, la mayoría sin arcos de piedra o ladrillo, aunque sí con varias galerías.


  
 



Panorámica de Fuentecén, su vega y pueblo de Haza al fondo

Hoy en día las bodegas subterráneas también son utilizadas por  las peñas (grupos de amigos) como lugar de reunión. Su cueva, su rincón donde ser libres, hablar y beber hasta que el sol alumbra de nuevo el pequeño cerro de Santa Ana.

La bodega es un refugio, un bunker que te protege del resto del mundo, porque allí dentro no hay otra opción que ser feliz rodeado de amigos de infancia con los que todo y nada sigue igual a pesar de los años. Porque el espíritu del vino que habita en la cueva, te envuelve, se impregna en tu piel y se queda contigo, creando lazos fuertes, como un pacto de sangre que te mantiene unido para siempre.

 
Puerta de entrada a una bodega

Y uno sigue con su vida en su ciudad,  pero él siempre te hará volver al pueblo, a tus raíces, al lugar donde nacieron tus ancestros, a una identidad de familia tan profunda como la de los famosos Corleone. Él siempre te hará volver a tu bodega con tus cómplices amigos. Porque al entrar en ella, el tiempo no existe, todo pierde su importancia. En su burbuja,  el reloj se para y todo se mantiene estable por mucho que pasen los años, igual que la temperatura del vino. Mientras estás dentro, nada importa más que las largas conversaciones y una copa,  el desfile de anécdotas y otra copa, las risas sentado en alpacas de paja y otra copa.

El sueño se rompe al amanecer  en este pequeño pueblo, cuando al salir de la cueva te ciegan los primeros rallos de sol. Es el momento de volver a casa. Pero ya nunca serás igual pues llevas contigo al espíritu del vino, que ha renovado tus fuerzas para devolverte al mundo real, consciente y orgulloso de llevar en los genes las vides de la Ribera y sus muchos secretos. Porque si en el cine repiten siempre el dicho “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”  no es menos cierto que “Lo que pasa en las bodegas de Fuentecén, se queda en Fuentecén”.


 



  Ultramarinos Bodeler

*Este post no podría haberse escrito sin la ayuda de mi gran amigo y humanista burgalés, Fede Sanz,  miembro histórico de mi peña y compañero de bodega.


10 de septiembre de 2012

El Buscador


No me puedo olvidar de la Luz difícil, novela del colombiano Tomás González. Me la leí al calor de este verano, dejándome seducir por la serenidad de su fluir, la verdad que destilan sus páginas. Belleza, sin calificativo alguno, condensada en 132 páginas.
No obstante, Tomás González nos quiere hablar del dolor y la muerte. De la vida. No se anda con rodeos, ya en las primeras páginas sabremos que el protagonista, David, perdió a su hijo.  Luces y sombras, opuestos entrelazados en estas páginas.
David echa su mirada atrás y rememora en voz alta su vida, su matrimonio, la trágica pérdida del hijo, el dolor de los suyos. Y su faceta de pintor. Una poderosa mirada, la del hombre y del artista, que se posa sobre los recuerdos, las emociones y los afectos con la sutileza de las alas de una mariposa de sueño; de la espuma blanca del océano que intenta captar en el cuadro que está pintando.
La novela es una búsqueda de la luz aún en las tinieblas de lo intolerable. David persigue en sus recuerdos y en su rescritura, lo mismo que ansiaba para sus cuadros, atrapar esa luz difícil, la  belleza de la vida aún en sus aristas, incertidumbres y arañazos. “Todo eso sin dejar yo de añorar el olor del óleo o el polvillo de carboncillo al tacto, y sin dejar de extrañar la punzada, como la del amor, que se produce cuando uno siente que toca el infinito, capta la luz esquiva, la luz difícil, con un poco de aceite mezclado con polvillo de piedras o metales.”
La pintura es una metáfora poderosa de ese juego de luces y sombras de la vida. El pintor busca incesantemente captar el misterio, el silencio, la pregunta. Dejar constancia del segundo que se va. De lo invisible. De la poderosa y fascinante Naturaleza. Del amor y el desencanto. La soledad. La traición. De la luz que deslumbra, da forma a unas manos, a un mar centelleante. Luz que enfoca la intimidad de una ventana. Luz que evanesce en un bello cuerpo, en un rostro avejentado, en unos ojos que se desvelan. Luz que es oscuridad. Todos los colores. Todo lo que es, tal como lo vemos y conocemos. Todo  lo que desconocemos.
Durante su narración, David no consigue recordar hasta el final el nombre de "el pintor que nació en Nyack”. Es Hopper. David se mira en la luz que transmiten sus cuadros. Luz fragmentaria que convierte la cotidianidad en una tela interior, donde todos los colores son uno. Esa luz difícil que todos buscamos.








Viridiana
 

3 de septiembre de 2012

Utopías postergadas



Hace tiempo que ronda en mí la desazón de encontrarme en una encrucijada que me llena de impotencia, malestar y tristeza. Sé que debo salir de ella, pero aún no sé cómo. Seguramente, habrá cursos de capacitación, charlas informativas, artículos académicos, etc., que aportarán cierta luz ante tal pronóstico de penumbras. Sin embargo, sospecho que ninguna de estas herramientas será tan eficaz como la pretendida utopía de imaginar un mundo mejor.

Educar en valores pareciera ser el pilar fundamental para construir una sociedad más justa, igualitaria, solidaria y democrática. Las escuelas poco a poco, permearon sus férreas puertas y comenzaron a introducir esta temática en sus clases, con el fin de formar ciudadanos responsables para consigo mismos y para con su entorno. Bajo esta premisa, la escuela intenta “fabricar” sujetos amables, respetuosos, solidarios, cooperativos, detractores de todo tipo de violencia verbal o física, bondadosos, generosos, organizados, honestos, protectores del medio ambiente, etc. Sin embargo, estos modelos del “deber ser” chocan cotidianamente con una realidad que les es totalmente ajena. Y los alumnos, con justa razón preguntan y cuestionan continuamente estas formas de proceder que resultan tan lejanas a su diario transcurrir.

Justicia basada en normas acordadas por todos, resolución pacífica de los conflictos, empatía, mediación, etc., suelen ser palabras que poco eco hacen en las aulas ante un público que sospecha que ninguna estrategia de este tipo los ayudará a sortear los obstáculos que esta cruel selva social les impone cada día. Uno a veces se queda sin recursos convincentes, ya que cada vez más los ejemplos del “buen proceder” se agotan y comienzan a escasear. Basta con salir a la calle, prender la televisión, asistir a un evento deportivo o toparse con alguien que piensa y acciona diferente a nosotros, para atosigarnos de agresiones, insultos, violencia, ultrajes, maltratos, discriminaciones, rechazos, etc. La norma vigente parecería ser la intolerancia, la crueldad, la desprotección, el abuso, la falta de respeto, el racismo, el odio, la venganza, etc. Y ahí es cuando un humilde ciudadano se pregunta qué pasó con las normas legales, con las instituciones, con aquella cultura de la paz promovida desde los ámbitos académicos e intelectuales, las cuales deberían haber hecho algo para frenar esta oleada de violencia tan descarnada.

Cuesta enseñar los derechos humanos plasmados en una constitución nacional cuando las crónicas cotidianas nos muestran que la realidad dista enormemente de lo que dormita en un papel. Los argumentos que otrora resultaron sólidos, perecen ante las evidencias. ¿Qué debemos hacer los que no queremos postergar nuestras utopías? Tal vez, robarles a los creyentes un poquito de fe…

Laurencia Melancolía

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...