25 de febrero de 2013

Bailar con él


-  “Totalmente torcida”.  Se dijo ella con tristeza.

María miró detenidamente el gran árbol que daba entrada a su cortijo. Su sombra alargada y su protección se perdía en los recuerdos de la familia, nadie sabía precisar desde cuándo estaba allí.

La tormenta de la noche anterior había embarrado el camino de acceso que llevaba desde la rambla del río a la Peregrina. Cuando por fin sus ojos contemplaron el gran árbol, su cuerpo se estremeció. La Peregrina, que daba nombre al cortijo, no había resistido la fuerza del rayo y su tronco había cedido, perdiendo su altivez y majestuosidad.

María mira por la ventana. En frente, un enjambre de pisos y balcones; de formas heterogéneas, levantándose como lanzas hacia el cielo. Viandantes sin nombre ni apellidos pasan en sus quehaceres cotidianos.

 
-     “Adela…”, titubea.

 
-“Mama, soy Rosa”. Dice su hija con un tono entre divertido y cariñoso.

 
-“Antonia…¿estamos en el cortijo? Pregunta como una niña a su madre.

 
-“Mama, estamos en Barcelona”. Contesta Rosa con aplomo.

 
-“Digo, ¡en Barcelona!, ¡que lejos!  Exclama ella.

 
María mira por la ventana. Tienen un canario y una pequeña maceta, pero sus ojos no los ven.

 
-    “Rosa, ¿por qué está esa niña desnuda?” Pregunta ella.

 
Su hija la intenta ayudar a levantarse de la cama. Es menuda, más que su madre y la edad también ha hecho mella en sus huesos.

 
-    “Mama, ¿qué niña?” Pregunta sorprendida.

 
-   “La que está sentada en la cama” contesta ella.

 
-   “Mama, no hay ninguna niña, lo habrás soñado”, le sitúa su hija con ternura.

 
-  “No, no, está ahí, ¿es que no la ves?” insiste con vehemencia.

 
-    “¿Y qué quiere la niña?, le pregunta con cierta ironía.

 
-   “Pues no lo sé, le he preguntado y lo único que hace es mover la cabeza”. Ella representa el gesto de negación.

 
María mira su vestido fascinada. Nieves, su madre, ha estado varias noches cosiendo los vestidos de las cuatro hijas. Es la feria de Octubre. Atrás quedaron los meses duros de calor y horas interminables recogiendo la aceituna. Es joven y muy guapa. Las cuatro hermanas son conocidas por su belleza. Pelo castaño, largo y ondulado, ojos verdosos, piel blanca, aún ser de una estirpe de campo.

Sabe que en el baile estará él. Alguna vez lo ha visto en el cortijo, y se han mirado de soslayo. Ella por temor a su padre. Él por su temperamento tímido, y juventud, es algo más joven que ella, y cree no estar a la altura de una mujer así, más cercana a sus ojos  a una aparición divina que a una campesina ruda y marchita por el sol.

Todas las mozuelas están en un lado del salón de baile improvisado del pueblo. Los mozos, en el otro proceden a iniciar el cortejo. Él se acerca, y con modales delicados le invita al baile. Ella se levanta como en volandas. Su estómago se llena de mariposas. Y aún con el freno de la timidez y el rubor de sus mejillas, le mira a los ojos.

No es muy alto, con los zapatos de tacón, ella le saca unos centímetros. Pero los ojos, esos ojos, hacen que todo se detenga por unos minutos. Siente el calor de las manos y su corazón parece un caballo desbocado que huyera sin dirección conocida.

Y bailan, agarraos, no mucho, porque hay ojos que todo lo ven y  voces que censuran la cercanía. Y ella le tiene mucho miedo a su padre y al que dirán. Un paso y otro, él le lleva y ella se deja mecer por la melodía y una embriagadora sensación invade su cuerpo.

Ella mira por la ventana. Gente que va y viene, y ella no sabe quienes son. La noche se acerca sigilosamente y ella no sabe dónde está.

Una melodía de baile resuena en su cabeza. Un paso y otro, su camisa de domingo, planchada. Sus modales atentos. Sus ojos castaños. El calor de las manos entrelazadas.

-“¿Cómo se llamaba él?” se pregunta. No se acuerda del nombre pero si él le pide un baile de nuevo, sabe que no podrá resistirse.
 
 
 
                      “Y cuando todo llega a su fin, nada ha terminado”
 
Antonia’s line.
 
 
 
Viridiana
 
 

19 de febrero de 2013

El Desencanto


Leopoldo Panero
Un martes de invierno por la noche...pocas sorpresas puede deparar ya el día, así que me acomodo en el sofá y me acurruco con la mantita. Enciendo la tele... zapping.. decido ver Versión Española. Esperando  una película basada en la vida del conocido poeta español Leopoldo Panero, me encuentro con  El Desencanto dirigida por Javier Chavarri en 1976.  Las primeras escenas  ya me hacen volver de las puertas del sueño a un estado entre la sorpresa y el alucine.  Ojos como platos, al ver semejante desfile de personajes surrealistas. Se trata de los miembros de la familia Panero.  

El Desencanto no es un documental al uso, más bien todos sus fotogramas rezuman literatura, está rodada en blanco y negro, con una atmósfera sui generis e intimista.





Juan Luis Panero

Se  trata de contar la leyenda de Leopoldo  Panero, pero se convierte en una psicoterapia de grupo.  Los tres hijos del poeta, Juan Luis, Leopoldo María y Michi, no dejan a nadie indiferente, tanto por sus reflexiones, como por su forma de hablar y su particular manera de ver el mundo. Excéntricos y autodestructivos.

  
Leopoldo María Panero










Felicidad Blanc, la esposa, se esfuerza en explicar su idílica transición de niña burguesa a la perfecta casada con un poeta, rodeada siempre de lo más granado de la intelectualidad pudiente, sin olvidar su propia revolución interior al quedar viuda. Sin embargo, la irrupción de Leopoldo María hijo, quebrará esa  perfección, repentinamente, en una escena que tiene lugar a la puerta de su colegio, poniendo  sobre la mesa contradicciones, miedos y reproches de una vida pasada.  



Felicidad Blanc, Leopoldo María y Michi Panero


Sin aún creer en lo que había visto, me fui a dormir pensando en los Panero pues El Desencanto  te atrapa desde el primer momento. Yo, sabia de Leopoldo hijo, como poeta, cuya extrema lucidez y extravagancia le han mantenido en psiquiátricos la mayor parte de su vida. Sabía de sus versos y de los de su padre, pero no conocía  lo interesante  de su familia y tampoco que se había rodado esta película documental en el año 76. Ahora sé que ha sido siempre una película de culto con muchos seguidores. Yo me sumo a ellos. Os animo a descubrir esta  joya secreta del cine español. Este es el Epitafio con el que  se cierra el telón:


Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne

aquí, bajo esta piedra.

Leopoldo Panero (1909-1962)


Ultramarinos Bodeler






13 de febrero de 2013

LAS NIÑAS YA NO QUIEREN SER PRINCESAS

«Ahora mismo, ocho de cada diez niños quieren ser funcionarios y lo que hay que conseguir es que ocho de cada diez niños quieran ser empresarios o emprendedores, o trabajar aunque sea por cuenta ajena, pero en algo que genere riqueza y empleo».

El consejero de Educación de Castilla-La Mancha, Marcial Marín lo tiene claro: «Si conseguimos cambiar esa tendencia, que piensen más en ser empresarios y menos en ser funcionarios, con todo el respeto hacia los funcionarios, Castilla-La Mancha despegará, porque será una región competitiva y de mucho valor añadido».

Hombre, a lo mejor han dicho que quieren ser médicos, bomberos o profes, porque por “funcionario” así a secas, a la mayoría de los niños “no les viene nada”.

Por eso hay que leer entre líneas y detrás de esa falsa estadística y esos grandes deseos para su región, ver la labor divulgativa que realiza el gobierno de la Junta sobre quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos los funcionarios, esa gente que no produce nada, y que por lo tanto (según sus principios) no vale nada.

La sanidad, educación y otros servicios esenciales no consisten en producir, pero es fácil de entender que valen mucho. Pero los funcionarios de la gestión y el papeleo, los más malos de la peli, efectivamente cada vez producimos menos porque cada vez hay menos que gestionar, y si siguen vendiendo lo público, no quedará nada.

Por no trabajar para un interés particular con ojos en forma de $, algunos elegimos el camino difícil de las oposiciones. Y ahora nos encontramos trabajando para los servidores de ese interés particular. Qué paradoja.

Por otra parte, es cómico verles tan crecidos como para creerse capaces de cambiar los sueños de nuestros hijos. ¡Y mediante una asignatura!, jajajaja…Las niñas ya no quieren ser princesas, pero entre futbolista y emprendedora, hasta yo, que no sé lo que es un córner, me pediría futbolista.

Elena Pérez Gómez

4 de febrero de 2013

Carta a Manuel



Querido hijo:

Un domingo más me siento a escribirte, o mejor dicho, a escribirme. Hace un rato te fuiste para tu casa, después de compartir el tradicional almuerzo familiar. ¡Ay! ¡Cómo me cuesta decir casa! ¡Cómo me cuesta imaginar que tenés una casa que no sea ésta que te vio nacer y hacerte hombre! Me cuesta tanto, como cada mañana cuando paso por la puerta de tu dormitorio y no te veo ahí, luchando con el despertador para que te regale cinco minutos más de gozo.
Tu padre dice que soy una exagerada cuando digo que el nido se me está quedando vacío. Tal vez, él no tenga la sensación de que el tiempo pasa volando y que fue tan sólo hace unos pocos días, cuando te cosía los pantalones que destrozabas jugando al fútbol. O tal vez sí, él tiene la misma percepción del tiempo que yo, pero le cuesta reconocerlo, porque de alguna forma, admitir eso, es evidenciar que una parte de vos se fue para no volver.
En realidad, no debería quejarme. Cada domingo, me contás con lujo de detalles todo lo que hiciste durante la semana. Podría decir que ahora que no estás en casa, me entero más cosas de tu vida que antes. Pareciera que el distanciamiento en algún punto nos genera culpa y por ello, necesitamos crear un diálogo que anteriormente considerábamos inútil o sin razón. La convivencia desgasta y a veces, torna innecesarias las palabras. Es como si limara los deseos de comunicación y nutriera el individualismo. Ahora que no compartimos techo, el almuerzo familiar de los domingos se considera sagrado y requiere de la solicitud de turnos para poder hablar, ya que todos los integrantes estamos poseídos por el virus de la verborragia. Sí, ese virus que se multiplica en los hogares con nidos vacíos, ese virus que se alimenta vorazmente de la nostalgia de madres despechadas. Cuántos cambios, cuántas palabras.
Pero Manuel, ¿soy muy quejona si te confieso que eso no me alcanza? ¿Debería admitir que soy egoísta porque me duele tenerte lejos de casa? El día que naciste me di cuenta que mi vida ya no dependía solamente de mí y mis necesidades. Vos ibas a ocupar el lugar central en mi escala de valores, deseos y metas. Tal vez, estuve mal al elegir correrme a un segundo plano y destinar todas mis fuerzas y energías al proyecto de ser madre. Quizás, si hubiese dosificado mi amor y mis ansias, hoy tu partida la viviría de otra manera. Puede ser. Ese hubiese sido un camino posible, pero elegí otro.
Espero que tanta dedicación y esmero hayan servido para convertirme en buena madre. Creo que sí lo fui. Está bien, no me digas nada. Ya sé. Podría haberte insistido menos cuando querías dejar la facultad o tendría que haberte dejado ir al campamento de 6to grado en San Antonio de Areco. También, tendría que haberte puesto un castigo menos severo cuando te llevaste cuatro materias a marzo ese verano tan caluroso.
Es difícil entender que los hijos no nos pertenecen y que somos unos meros receptores de vida. Que nuestra labor consiste en ayudarlos los primeros años para que, cuando les toque volar, elijan el destino que a ustedes les plazca, sin importar los pareceres de sus progenitores. ¡Cuánto cuesta esa tarea Manuel!, cuesta tanto como recordarme que el despertador suena pero vos ya no batallas con él, al menos no, en esta casa.
Tu papá se burla de mí diciendo que como ya existe un muro de los lamentos, yo me estoy avocando a escribir el libro de los padecimientos maternos. Yo lo dejo que se burle sabés, porque sé que escribo por los dos. Él no las expresa, pero la nostalgia y la pérdida son compartidas.
Te sigo escribiendo el próximo domingo después que te vayas para tu nuevo hogar.Ya van 34 cartas que te escribo. Son 34 los almuerzos domingueros que compartimos juntos desde que te fuiste de casa. ¡Ah! Ya saqué turno para hablar primera el próximo domingo.
Cuántos cambios, cuántas palabras. Cuántos hijos, cuántas madres. Cuántas casas, cuántos nidos. Cuántas cartas, cuántos vacíos.

Eneka Etxea
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