- “Totalmente
torcida”. Se dijo ella con tristeza.
María miró detenidamente el gran árbol que
daba entrada a su cortijo. Su sombra alargada y su protección se perdía en los
recuerdos de la familia, nadie sabía precisar desde cuándo estaba allí.
La tormenta de la noche anterior había
embarrado el camino de acceso que llevaba desde la rambla del río a la Peregrina. Cuando
por fin sus ojos contemplaron el gran árbol, su cuerpo se estremeció. La Peregrina , que daba
nombre al cortijo, no había resistido la fuerza del rayo y su tronco había
cedido, perdiendo su altivez y majestuosidad.
María mira por la ventana. En frente, un
enjambre de pisos y balcones; de formas heterogéneas, levantándose como lanzas
hacia el cielo. Viandantes sin nombre ni apellidos pasan en sus quehaceres cotidianos.
María mira su vestido fascinada. Nieves, su
madre, ha estado varias noches cosiendo los vestidos de las cuatro hijas. Es la
feria de Octubre. Atrás quedaron los meses duros de calor y horas interminables
recogiendo la aceituna. Es joven y muy guapa. Las cuatro hermanas son conocidas
por su belleza. Pelo castaño, largo y ondulado, ojos verdosos, piel blanca, aún
ser de una estirpe de campo.
Sabe que en el baile estará él. Alguna vez
lo ha visto en el cortijo, y se han mirado de soslayo. Ella por temor a su
padre. Él por su temperamento tímido, y juventud, es algo más joven que ella, y
cree no estar a la altura de una mujer así, más cercana a sus ojos a una aparición divina que a una campesina
ruda y marchita por el sol.
Todas las mozuelas están en un lado del
salón de baile improvisado del pueblo. Los mozos, en el otro proceden a iniciar
el cortejo. Él se acerca, y con modales delicados le invita al baile. Ella se
levanta como en volandas. Su estómago se llena de mariposas. Y aún con el freno
de la timidez y el rubor de sus mejillas, le mira a los ojos.
No es muy alto, con los zapatos de tacón,
ella le saca unos centímetros. Pero los ojos, esos ojos, hacen que todo se
detenga por unos minutos. Siente el calor de las manos y su corazón parece un
caballo desbocado que huyera sin dirección conocida.
Y bailan, agarraos, no mucho, porque hay ojos que todo lo ven y voces que censuran la cercanía. Y ella le
tiene mucho miedo a su padre y al que dirán. Un paso y otro, él le lleva y ella
se deja mecer por la melodía y una embriagadora sensación invade su cuerpo.
Ella mira por la ventana. Gente que va y
viene, y ella no sabe quienes son. La noche se acerca sigilosamente y ella no sabe dónde está.
Una melodía de baile resuena en su cabeza.
Un paso y otro, su camisa de domingo, planchada. Sus modales atentos. Sus ojos
castaños. El calor de las manos entrelazadas.
-“¿Cómo se llamaba él?” se pregunta. No se
acuerda del nombre pero si él le pide un baile de nuevo, sabe que no podrá
resistirse.
“Y cuando todo llega a su fin, nada ha
terminado”
Antonia’s line.