13 de abril de 2015

“La Marumba” o de cómo Aurora Recóndita se inició en la astrología


Para sus treinta y dos años, Aurora ignoraba muchas cosas, entre ellas, que el amor podía agotarse. De un día para otro, Roberto, su novio, le dijo: “No va más. Supongo que el amor se me acabó”. Y así de repente, sin mucha explicación, sin demasiados abrazos amortiguadores que pudiesen sostener el derrumbe de una historia que se construyó en común, Aurora vio terminada su pareja luego de doce años, siete meses y dieciséis días. Pero, ¿a dónde se va el amor cuando se acaba? ¿Se evapora? ¿Se recicla como el cartón y los envases de plástico? ¿Adquiere la forma de una amante más joven y dócil o se momifica en las estampas fotográficas de los maravillosos momentos que ilusamente lo inmortalizaron? Cada mañana, luego de la ruptura, mientras viajaba en el subte camino al trabajo, Aurora se hacía las mismas preguntas. Las respuestas, por el contrario, aún no se dejaban ver.
Fue un martes de agosto, cuando por problemas técnicos, el subte no anduvo y Aurora tuvo que volverse a casa en colectivo. Mientras aguardaba en la parada con celular en mano y mirada frenética, a la espera de algún mensaje de arrepentimiento con la propuesta de volverlo a intentar, fue que Aurora divisó un pequeño cartel pegado sobre el poste de la parada. Como por arte de magia, el cartel la eclipsó: “¿Querés recuperar a ese amor que se fue? Hacé que vuelva para siempre. Tarot. Videncia. La Marumba: Escuela de Astrología.” Sin lugar a dudas, las respuestas habían llegado.
Pasaron dos días y Aurora ya tenía su cita con el tarot. Las cartas, para su asombro, lo revelaron casi todo y los planetas, también dieron varias pistas. La ruptura era definitiva. Seguramente, como le sugirió la tarotista, su carta astral lo terminaría de explicar. Así que Aurora, inmediatamente encargó que le preparase una y a la semana siguiente, volvió a La Marumba.
En el origen de su cosmos particular, los motivos de la marcha de Roberto eran más que evidentes. Un ariano como él poco más podía resistir las embestidas y exigencias de una capricorniana como ella. Todos los problemas de pareja que forzosamente durante años Aurora quiso minimizar, de pronto, salieron a la luz. Uno por uno, la carta astral los develó. Estaba claro. Zodiacalmente, eran incompatibles.
A pesar que la angustia y las dudas la habían conducido hasta allí, Aurora sentía una sensación de alivio total. Fue como un renacer. Al haber encontrado las respuestas, la paz se apoderó de ella. Ya no eran necesarios los ansiolíticos para dormir, las visitas semanales al psiquiatra ni las dos cajas y media de puchos que se bajaba por día. Era hora de ir a la herboristería en búsqueda de valeriana, pasiflora y tilo, de hacer reiki y tomar clases de yoga. De comprar libros de autoayuda y de aprender más sobre los signos, y por qué no, de convertirse ella en astróloga. Si era capaz de comprender cómo funcionaba el universo, podría hacer de su hábitat personal un mundo más acogedor.
Luego de tres arduos años de estudio en La Marumba, Aurora obtuvo su título de astróloga. Nada la enorgullecía más como sentirse conocedora de los mensajes ocultos que hay detrás de la energía interestelar. Sin embargo, su nueva faceta profesional provocó un escándalo en su familia. Además, de cierta vergüenza ajena por parte de Roberto, quien se enteró del suceso tras los comentarios que le llegaron por un amigo en común.
Pero, a Aurora, sinceramente, poco y nada le importó. Ahora, ella contaba con la certeza que lo que le había pasado con Roberto, ya no le volvería a ocurrir. Esta vez, ella tiraría las cartas. No habría posibilidad alguna que el amor se acabase sin que ella se diera por aludida. Con la ayuda del zodíaco, las advertencias serían claras y podría proteger a su corazón.

Salvadora Esther


2 de abril de 2015

Las partículas elementales

Eva va caminando por la sinuosa carretera,  dejando el pueblo a sus espaldas. Sierra Nevada es una imagen constante. Sulayr, recostada como una ballena varada sobre la Sierras de la Contraviesa y la Alpujarra. El lomo blanco  durante casi todo el año, incluso en los calurosos veranos, coronando el azul imposible del gran titán. Los pueblos blancos, las chimeneas cónicas, los tinaos, los almendros e higueras en bancales: todo un manto bordado, seco y áspero, anhelante del agua cantarina de las acequias.

Anochece y el firmamento se ilumina. Eva se sienta sobre una piedra, a un lado de la carretera. Contempla como los contornos de las montañas se van difuminando hasta desvanecerse como si nunca hubieran existido. Toda la sierra en la más completa oscuridad. Sólo los pueblos, como aldeas  de luciérnagas repartidas aquí y allá, acompañan desde la tierra la sinfonía estelar. ¿Aquella estrella que brilla tanto no será realmente Marte? Se pregunta. Mira detenidamente la Vía Láctea, surcando este oceáno estrellado. ¡Que minúscula se siente! La piel se le eriza, se pone la chaqueta que lleva atada a la cintura, incapaz de moverse de allí.  Hace poco que ha visto la Teoría del todo, la película sobre la vida del gran físico y divulgador Stephen Hawking y su búsqueda incesante de una ecuación unificadora que explique el inicio del Universo. ¿De dónde venimos? La pregunta formulada eternamente. La respuesta esquiva desde los albores de los tiempos. Envuelta en este magno manto celeste se queda pensativa.  Por un lado,  El Big Bang y los agujeros negros. Por otro,  la extraña pareja formada por la Física Cuántica y la  Ley de la Relatividad General que volvió loco a Einstein:”Dios no juega a los dados con el Universo” sentenció. Cuando la física tradicional había definido leyes universales que parecían delimitar con precisión nuestra realidad objetiva, la física cuántica  vino a aportar una aproximación más compleja, necesaria para explicar el comportamiento azaroso de las partículas elementales, los más pequeños e indivisibles elementos de la naturaleza. A  Eva le han explicado que la física cuántica aporta una predicción del comportamiento de estas partículas invisibles pero no certezas. Qué poco  sabemos  sobre el Universo, suspira, con la mirada fija en uno de los astros parpadeantes. ¿Cómo es posible que cualquiera de las partículas lleve en sí todos sus posibles valores físicos al mismo tiempo en superposición? Su cara es de incredulidad. Le contaron el experimento del “Gato de Schrödinder” para ilustrar esta paradoja. Erwin Schrödinder, pionero de la teoría cuántica, lo explicaba así: El gato está vivo o muerto en función de un evento aleatorio y, por tanto, puede describirse en ambos estados a la vez. El gato está vivo y muerto a la vez, esto dice la visión cuántica de la realidad pero a ella le resulta incomprensible.

Eva sigue sentada en su piedra. Apenas han pasado un par de personas y un coche en lo que va de noche. De repente, se acuerda de lo que alguna vez contó su abuela  al calor de la lumbre. Una de esas historias que le gustaba oír pero que le daban respeto. Cuando su abuela era muy joven un primo suyo fue a cortejar a una chica al cortijo donde ésta vivía. De camino a casa se le hizo de noche y se sentó en una gran piedra a fumarse un pitillo. El camino era solitario y no esperaba encontrarse con nadie a esas horas. De repente un escalofrío recorrió su cabeza y espalda, otro cigarrillo encendido alertaba de una presencia. Se levantó presto y prosiguió su camino sin mediar palabra ni mirar atrás. Jamás entendió qué había sucedido, nadie había cuando se sentó, juraba y perjuraba cada vez que lo contaba.  Eva nunca ha dado mucho crédito a estas historias pero piensa  que quizás la física cuántica podrá algún día encontrar una respuesta a estos misterios y leyendas populares. Se ríe ante tal ocurrencia pero ¿acaso no dicen que un átomo puede estar en dos lugares a la vez y teletransportarse?.  Vuelve hacia el pueblo, es hora de dormir. Cerraré los ojos y todo este  gran misterio permanecerá, se dice. Las partículas elementales en danza, una partitura desconocida.

Viridiana




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