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No le escribas. No lo llames. No lo busques. No le digas que sí a la primera invitación. Hacete valer, hacete desear. Primero, querete a vos. No derroches energía en él. No le demuestres, no te expongas. No le pidas algo que él, es incapaz de darte por sí solo. Evitá sonreírle, pensará que estás entregada. Poné cara de superada, como si vinieras de acostarte con un plantel de fútbol. Minimizá cada cosa que te dice. No idealices. No le creas absolutamente nada de lo que te prometa. Te miente. Todos mienten. No te quiere ni te querrá. Sólo vos podés amarte de forma genuina. Disfrutá de tu cama extra grande. Hacé acrobacias en ella. Andá desnuda por tu casa, lucí tu flacidez sin temor. Comete el plato entero, mejor si no compartís. No te acuerdes de su existencia. Borrálo. Reseteáte. Practicá yoga, reiki, biodecodificación. Volvete una experta en terapias del alma. Meditá, exhaltáte el ego. Fortalecete vos e ignorálo, a él. Sé feliz, pero no lo llames. No lo busques. No le escribas. Limpiá de tu memoria cada cosa que te dijo. Hacé de cuenta que jamás existió. Y cuando ya hayas hecho todo para no sentir y para no mostrar lo que realmente sentís, vestíte de lápida y declaráte huérfana de amor propio.
Vitrina
Rasgada