De mi travesía por
Colombia me llevo muchos recuerdos. Algunos seguramente calarán más y otros
menos. Habrá imágenes que dejarán más impronta que otras, y es que en esa
selección no del todo azarosa, la memoria tiende a quedarse con aquello que le
resulta más significativo.
Sin lugar a dudas, algo que me llamó bastante la atención
durante mi estadía, fue la sensación de estar viendo los vestigios de la España
del siglo XVI. El pasado colonial de este país americano se percibe aún
latiendo y dando coletazos. El Virreinato de Nueva Granada y la Inquisición que
en otros tiempos dominaron aquellos territorios, son una especie de fantasma
presente que persiste el paso del tiempo.
Cartagena de Indias es un pasadizo al pasado que nos
muestra la cara más cruel de ese sistema colonial: la esclavitud. Descendientes
de aquellos africanos forzados a venir al Nuevo Mundo transcurren por las
calles del casco histórico vendiendo frutas y artesanías a los turistas. El
paisaje sin lugar a dudas se ha transformado. No es el mismo que vieron sus
antepasados cuando arribaban encadenados al puerto.
Antes de la llegada del “hombre blanco” a lo que hoy es
Colombia, no había ni café, ni caña de azúcar, ni bananas, ni mangos. Alimentos
que hoy en día ilustran la imaginación de cualquier persona que quiera graficar
en su mente a este país. Colombia es famosa por su café, a pesar de que esta
planta tiene sus orígenes en tierras más lejanas que las de su principal productor mundial.
Haciendo esta reflexión, quise hacer un esfuerzo por
tratar de imaginar cómo era esa tierra antes de la Conquista. Y cuesta mucho
poder visualizar eso. El paisaje está tan transformado y las culturas tan
mezcladas, que a uno se le dificulta determinar cuándo comienza el “había una
vez”.
Por ser un país caribeño, debería denostar alegría y
felicidad. Sin embargo, adentrándome un poco más allá del contagioso ritmo de
la cumbia y el ballenato, vi demasiados rostros marcados por el desprecio, la
marginalidad, la violencia, el olvido y el desencanto.
Recuerdo estar sentada en un parador playero en las Islas
del Rosario, regocijando mi vista y mi cuerpo con la majestuosidad del paisaje tropical, y escuchar la charla entre una joven noruega y otro joven danés.
¿Por
qué viniste a Colombia?- le preguntó ella. “Lo
dejé todo y me vine para acá. Renuncié a mi trabajo, vendí el auto, saqué mis
ahorros del banco y me vine un año a recorrer Latinoamérica. Necesitaba saber
cómo es la vida de verdad. Allá la vida es un sueño, es irreal todo lo que pasa
en Europa. El sentido de la vida está acá”-argumentó él.
No sé si en Colombia o en Latinoamérica está el sentido de
la vida. Seguramente, el realismo mágico descrito por varios renombrados poetas
latinoamericanos se quede corto a la hora de explicar qué sucede desde este
otro lado del mapa.
Jovencísimos militares se pasean por las calles de las
ciudades adornando su quebrantable cuerpo con largas escopetas plateadas. Son
una señal de que el país aún tiene varias cicatrices por curar. Para el
foráneo, caminar entre ellos y tener un roce tan próximo con las armas, puede
resultar algo molesto e intimidante. Sin embargo, para la gente local es un
decorado más de su transformado paisaje.
Colombia me dejó muchas impresiones. Me dio la
posibilidad de saborear un poco de aquella Historia que yo leía en los manuales
del colegio y que no sabía muy bien cómo representar. La Cruz allí penetró con
una intensidad superadora de todo mesianismo, y fue tanto su poder de arraigo,
que en algún punto logró que sus fieles se quedaran atrapados en el tiempo.
Este viaje para mí fue eso. Un viaje al pasado, de ese
que está vivo y que no se quiere ir. Colombia le lucha al olvido y le sonríe al
encanto.
Katrina Viribendi
Maravillosas fotos y retrato de un país, más allá de la postal. Me ha encantado!!
ResponderEliminarGracias por compartir con nocostros tus vivencias y permitirnos viajar con tus palabras a un pais tan lindo como Colombia!!! =)
ResponderEliminarGracias a ustedes !!! Son postales cartografiadas desde el alma =)
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