Te
pido que cuando grites, humilles, infravalores, lastimes, inflijas, hieras,
golpees, destroces, destruyas, discrimines, insultes, dañes, menosprecies, maldigas
y recrimines, te acuerdes que YO
estoy ahí.
Porque
yo te miro, te escucho, te imito, te repito, una y otra vez. Aunque no te des
cuenta, ahí estoy. Las primeras veces, perplejo, las segundas, inquieto, y para
las terceras, ferozmente activo.
No
culpes a la vida, a la injusticia, a la impotencia, a la rabia, a la
inseguridad, al mal proveniente del inframundo, a la detestable especie humana,
de ser cómo eres. Porque tú eres mi motor de cambio, mi ejemplo a seguir. Porque
sobre tus hombros me construyo, me perfilo, me defino.
No seas
irresponsable ni delegues en otros una educación que conjuntamente compartimos.
Porque lo que hoy observo, es fruto de la violencia venidera, del continuo
círculo vicioso del maltrato que solo tú puedes quebrar. Tú y el de al lado, y
el más próximo a él, y el que le sigue, y el que está por detrás, y el que
viene después, y el que apareció por el costado, y el que se escondió debajo, y
YO.
Así
que tan solo un instante recuerda dónde y cómo se inició todo. Permíteme
disentir, dame la chance de tomar otro camino, de escuchar otras palabras, de
ver otras formas posibles de amar. No me hagas esclavo de tu ira ni preso de
tus miedos. Guíame por el camino más certero, aquel que conduzca a la
tolerancia y a la libertad. Concédeme el beneplácito de ser tu igual, a mí y a
los otros. No nos quieras denigrar con tu pasado ni condenarnos con tu amargo
devenir.
Y te
pido que me escuches, me mires, me acaricies y me cuides. Porque soy tu semilla
más fértil, tu huella imborrable en este efímero latir.
Itsamá Araucanía
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