El infierno es el Otro, “l’enfer c’est l’Autre” afirmaba Jean-Paul
Sartre. Bien lo sabe Lorenzo, el adolescente de 14 años protagonista de la
última película de Bernardo Bertolucci, Tú y yo. Rehuye de sus congéneres,
compañeros de pupitre y adultos. Se recluye en el sonido estereofónico de sus
auriculares, en un mundo interior de notas y acordes, protectores libros de terror y
fantasía. The Cure, Muse, Red Hot Chilly Peppers y Arcade Fire a toda
pastilla: Boys don´t cry, Sing for absolution,The power of equality y Rebellion lies. Una mirada recelosa a un exterior amenazante. Una desconexión de la
realidad. ¿Un pasar de todo?
¡Ay
la adolescencia!, ese tránsito lleno de sombras y luces, de altos y bajos, de
hormonas dispuestas en fila dirigiendo nuestras voluntades. No es difícil
identificarse con algunos de los miedos de Lorenzo y de su hermanastra. La
adolescencia, ese extremo que nos propulsa al puerto de nuestra identidad,
fraguada a fuego, sudor y algunas lágrimas.
Lorenzo
decide no irse con sus compañeros de clase a la semana de esquí organizada por
el instituto y opta por recluirse en el
sótano de su casa, a escondidas de todos, con todo lo que le gusta y cree puede
necesitar. Pero inesperadamente aparece su hermanastra, mayor que él y con problemas
que solucionar. Nos le quedará otra que convivir unos días.
Y
ahí se produce el milagro. En un espacio claustrofóbico, donde parece que no
mucho pueda suceder, se produce el encuentro con el otro, la ternura, la
autenticidad, el calor. La paradoja: el Otro es el infierno, el Otro es bálsamo y
paraíso. Al fin y al cabo, ¿no son estos raros momentos de encuentro los que
atesoramos y recordamos entre todas las brumas y desengaños?
Una pequeña joya del maestro Bertolucci. Un guiño a lo que somos, a nuestra materia más íntima. Fascinante la versión de Space oddity de David Bowie cantada en italiano: Ragazzo solo, ragazza sola.
“El infierno de los vivos no es algo
que será: existe ya aquí y es el que habitamos todos los días, el que formamos
estando juntos. Hay dos formas de no
sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en
parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos:
buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo
durar y darle espacio”. Las ciudades invisibles, Italo Calvino.
Viridiana
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