Escuchándolo
me doy cuenta que su voz es polisémica. Transmite tanta variabilidad de
emociones que sería difícil encerrarla en una sola etiqueta. Sin embargo, el
registro que más me moviliza de ella, es cuando expresa el dolor.
Hay
muchas voces que cantan sobre el desamor, la tristeza, la angustia, la amargura
y la pena, pero la de él es tan palpable y auténtica que nuestra psiquis con
tan solo oírla, ya empieza a hacer catarsis.
Fiel
relator de la aflicción, este rockero inglés provoca en mí lo que años de
terapia apenas han logrado: expeler mi congoja.
Pero
en su viva voz, no todo es llanto y suplicio, es tan hábil y disímil que cuando
comienza a vibrar, mi cuerpo se transforma, mi quietud queda extinta. Ella es
un buen ejemplo de los caminos de la evolución del lenguaje humano, tras ella
están los rastros de nuestro arte comunicativo.
Aguda
a la hora de transmitir el dolor, en vez de amargarnos, ella nos regala una
buena dosis de serenidad y reposo. Oyéndola, nos damos cuenta que sufrir no es
algo netamente negativo, sino que se trata de un “mal” que muchas veces es
vitalmente necesario. Claro está, que no todo lo que ella relata es pesadumbre
y malestar, hay abundantes registros donde el jolgorio y la esperanza se abren
paso y aclaran las turbulencias del sórdido panorama personal.
Gracias
mi estimado lord por calmar mi zozobra, sepa usted gran Morrisey que en mi
maletín de auxilios próximos sus melodías son mi bien más preciado.
Laurencia Melancolía
Perfecta descripción...... bellos sentimientos!
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