Gabriel
García Márquez se ha ido, un agridulce hasta luego ya que sus libros quedan en
nuestras estanterías y en nuestras manos para ser releídos una y otra vez y que
se produzca el milagro, la alquimia de las palabras que trasmutan la gris
patina de lo cotidiano en parajes vívidos, en emociones eléctricas, en
personajes de carne y hueso, primos hermanos de nuestros otros yo.
Gabo
nos ha dejado, pero sus libros son el antídoto para no alejarnos de nosotros mismos.
A lo largo de nuestra vida habrá libros y libros, algunos o muchos para el
olvido, mientras otros pasarán a nuestra
estantería de honor, en algún rincón privilegiado de nuestra memoria, para ser
rescatados una y otra vez en caso de necesidad.
Los
libros son eso, una puerta al conocimiento de otras realidades, de otros
sentires, a otras posibilidades. Nos permiten vivir y experimentar desde otros
ángulos, nos entretienen, nos emocionan. Y en muchos casos, están asociados a
momentos de nuestra vida, anclados en algún vértice del tiempo. Rescatar un libro, es rescatar a quien nos lo
regaló. Abrir de nuevo esas mágicas páginas que nos tuvieron en vilo, es abrir
un antiguo episodio de nuestra vida. Leer lo que quien hemos amado ya ha leído,
nos devuelve su aliento. Metahistorias que trascienden sus límites y desbordan las páginas en las que fueron
escritas.
Tener esos libros cerca es tener una habitación propia, una fortaleza inexpugnable donde reencontrarse con uno mismo y todas las voces que nos habitan. Uno se sabe menos huérfano acompañado por ellos. Gabo se ha ido pero en mi habitación entraron
Remedios la Bella, Melquiades, Aureliano Buendía, Fermina Daza, Florentino Ariza, el Coronel para no marcharse. La puerta entreabierta para los que están por venir.
Viridiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario