27 de octubre de 2014

De lo visible y lo invisible


Este año se celebra el Cuarto Centenario de la muerte de uno de los pintores más admirados, El Greco, Doménico Theotocopoulos (Creta, 1541-Toledo, 1614). Formado en la Escuela de Venecia y en Roma, finalmente se estableció en Toledo donde desarrolló gran parte de su obra.

No obstante, hasta el siglo XIX no fue muy apreciado. Sus cuadros resultaban extraños: figuras alargadas, colores y expresiones fuera de los cánones vigentes. El mundo tuvo que dar muchas vueltas para que su arte fuera comprendido como una lectura innovadora de lo que se ve y lo que no se ve. Los sentimientos, lo invisible, cobran fuerza en sus lienzos trascendiendo formas y trazos. La luz genera una atmósfera surrealista que esboza lo intuido. Las sombras, en dialéctica permanente con la luz, revelan los imprecisos contornos de la realidad plasmada. El Greco, de excéntrico a  precursor de las vanguardias pictóricas, de Manet a Picasso, pasando por el expresionismo centroeuropeo y, cruzando el charco,  de Diego Rivera a Pollock. El Greco artesano de la pintura como lenguaje transgresor, ensanchando sus límites y buceando en profundidades ignotas.

La conmemoración del IV Centenario de la muerte del Greco es un buen pretexto para la celebración de su obra. A lo largo del año se puede disfrutar de la mayoría de sus creaciones en diferentes puntos de la geografía española Toledo, Madrid, Valladolid…Sus cuadros procedentes de museos de todo el mundo reunidos dando mayor magnificencia al fabuloso legado del artista.

Octubre 2014. Madrid. Museo del Prado. Exposición El Greco y la pintura moderna. Los visitantes giramos alrededor de los misteriosos cuadros distribuidos en diferentes salas. Cada uno escoge su orden. Unos caminan rápido. Otros se detienen para observar el detalle. Otros contemplan desde la lejanía.  Algunos gustan del silencio. Otros se acompañan de la audioguía. La vista cobra protagonismo, la retina registra luces fantasmales, rostros alargados, pinceladas  dramáticas. Picasso, Zuloaga, Modigliani, Rivera, Chagall, Pollock,  a modo de guías contemporáneos, nos acercan a la obra de El Greco.

Os tengo que confesar una predilección. Entre toda su obra hay un cuadro que me ha cautivado: Laocoonte y sus hijos. En  primer plano, la violenta escena de la muerte de Laooconte (sacerdote de Apolo en la ciudad de Troya que advirtió  sobre el peligro del caballo de madera aparecido tras el repliegue de los griegos tras años de guerra)  y sus hijos. En la lejanía, un caballo dirigiéndose a Troya, representada como Toledo, enmarcada por un soberbio cielo encapotado, de grises y azules metálicos. Tres hombres luchando por liberarse de las serpientes marinas. Sus cuerpos alargados, cual llamas en ascensión hacia el cielo, retorciéndose en la batalla por la supervivencia. Blanco evanescente cincelando su desnudez y desprotección. Al fondo, unas figuras desdibujadas contemplan la escena de muerte, ¿Adán y Eva? Es el único cuadro que se conoce de El Greco de temática pagana lo que le confiere mayor misterio y versiones dispares sobre su significado. ¿La serpiente como símbolo del pecado? ¿El castigo de los transgresores?


Laocoonte, El Greco, 1610-1614. Washington, D.C. National Gallery of  Art. Samuel H. Kress Collection.


Sea cual sea su significado, lo que El Greco quisiera plasmar, su belleza es deslumbrante, su movimiento y fuerza trascienden el marco fundiéndose con la mirada del expectador, haciendo de una historia mitológica una danza universal de las fuerzas del bien y del mal, de la luz y de la oscuridad, del pasado y del presente, de lo evidente y de lo que no se ve.

La obsesión de Virgil Oldman, el coleccionista de arte protagonista de La mejor oferta, película de Giuseppe Tornatore, es reunir retratos de mujeres de todas las épocas. Si fuera una afanada coleccionista, Los hijos de Laocoonte tendría un lugar privilegiado, junto con otros muchos cuadros de pintores que me han sorprendido y deleitado: Goya, Caravaggio, Frida Kahlo, William Blake…demiurgos de la realidad tal como la conocemos y la intuimos.

Viridiana


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