2 de julio de 2012

Las carenciadas



De chica solía tener una pregunta recurrente, a la cual mis padres, en pocas ocasiones, sabían cómo responderme. ¿Por qué hay fotos de mujeres desnudas en los talleres mecánicos y no hay fotos de hombres desnudos en la mercería?
Como buena observadora y también impulsada por el aburrimiento que me causaba acompañar a mi mamá a “hacer trámites, compras y gestiones”, mientras ella le explicaba al mecánico el problema que tenía con el embrague o le mostraba a la vendedora de la mercería el tipo de botón que estaba buscando, yo me dedicaba a admirar todos los elementos que constituían el microcosmos de estos lugares.

Las mujeres desnudas en los talleres mecánicos me llamaban mucho la atención. “Mamá, ¿las esposas de los mecánicos no se ponen celosas porque sus maridos tengan fotos de otras mujeres desnudas que no son ellas?”. La duda se transformaba en persistente: ¿por qué no habían fotografías de hombres que invitaran al goce carnal ni en la mercería ni en la perfumería?

Con el paso de los años, fui obteniendo ciertas pistas. Afilando más mi vista, me di cuenta que las fotos de mujeres desnudas no eran algo que encontraba en todos los negocios donde reinaban los hombres, estaban sólo en algunos. En las pinturerías no las veía, en las ferreterías tampoco, en los negocios que arreglaban electrodomésticos, menos. Por su parte,  los colectiveros solían tener en los espejos delanteros de sus transportes los nombres de sus novias o esposas, tal vez algún oso de peluche o frases de amor dedicadas a ellas. ¿Acaso los colectiveros amaban y eran fieles, y los mecánicos eran lujuriosos y polígamos?
A las fotos de los mecánicos les añadí otro interrogante. ¿Por qué las mujeres son piropeadas de forma grosera e invasiva cuando pasan caminando por una obra en construcción y no pasa lo mismo cuando una mujer camina frente a un concesionario de autos o frente a una farmacia? Siempre pasaba lo mismo. Mujer que pasaba delante de una obra, mujer que recibía un comentario de connotación sexual. ¿Los albañiles y mecánicos eran de la misma especie? ¿Eran unos desaforados innatos hacia el sexo y la contemplación de la carne? Aún no lograba entenderlo.
Con 12 años me mudé para el centro y a la lista de albañiles y mecánicos libidinosos, le agregué la categoría de los taxistas. Mundo masculino casi desconocido por mí, me hizo experimentar que los piropos groseros no eran algo exclusivo de los albañiles. Los taxistas tenían un muy buen repertorio de halagos, que solía ser más intenso cuánto más joven era la señorita en cuestión. Tras conocer a este nuevo grupo de “testosteronados”, me formulé otra pregunta: ¿le dirían las mismas cosas a sus hijas? ¿Miraban y piropeaban burdamente el cuerpo de sus sobrinas, nietas, primas, etc.,  igual que lo hacían con aquellas púberes que adornaban el espacio público de la ciudad?

Pasaban los años y mientras crecía, mis planteos se iban regenerando: ¿por qué las mujeres no piropean? ¿Por qué no tienen fotos de hombres desnudos? ¿No tienen esa necesidad? ¿No les gusta? ¿Por qué los hombres hablan continuamente de sus masturbaciones como algo que los enaltece y hacen de las mismas una competencia en frecuencia e intensidad? ¿Las mujeres nos masturbamos? ¿Por qué nunca hablamos de eso? ¿Por qué ellos utilizan pornografía y nosotras no? ¿A nosotras sólo nos erotiza el amor? ¿Estamos condenadas a buscar príncipes que jamás hallaremos?

Recuerdo que siendo adolescente, en una merienda con amigas, nos pusimos a imaginar “la primera vez”. Todas acordaban que el debut sexual debía ser con un hombre experimentado, alguien que supiera ya los oficios del amor, que nos “guiara”. ¿Por qué el hombre debía enseñarnos? ¿Quién nos había robado el derecho a aprender a la par? Con el tiempo, empecé a encontrar alguna que otra respuesta. 

Sospeché que la mujer de la mercería no tenía fotos de hombres desnudos no porque no tuviera esa necesidad, sino porque fue privada de ella. Alguna vez oí decir que el machismo lo bebe el hombre del pecho de su madre. Bronca e impotencia sentía cuando me daba cuenta que las mujeres nos habíamos auto-infligido tal discriminación. Desde niñas, aprendimos el rol de madres puras y castas, y cuando miramos las telenovelas condenamos a las amantes que seducen a los hombres y los satisfacen sexualmente; son las “malas” que los dominan a través de la cama. Esas, no son buenas mujeres. Las buenas mujeres son las que ocultan su sexualidad.
Pese al devenir de la historia, el escenario no cambiaba. Del mundo de los albañiles y mecánicos, me sumergí en el planeta del “mejor no te acuestes en la primera cita, porque no te van a tomar en serio”. Las mujeres podíamos caer en la tentación de ser “rápidas”, de masturbarnos, de gozar del sexo, de realizarlo con infinidad de hombres. ¡Qué peligro! Debíamos estar alertas. No podíamos ser como ellos. Nosotras éramos más profundas y sensibles. Nosotras tenemos el mandato natural de reproducir la especie. Ellos, eran de otra naturaleza. Nosotras de Venus y ellos de Marte. Nosotras en la mercería y ellos con los autos. Nosotras carentes de lujuria; ellos, el Dios que nos juzga y nos invita al pecado.
 Menos mal que crecí en una sociedad posmoderna y liberal. Gracias que existen los test de la Cosmopolitan, la depilación definitiva, el botox, las dietas de la Luna, el topless y las cremas anti-celulíticas. Acaso, ¿necesitamos algo más?


Katrina Viribendi


2 comentarios:

  1. Buenas,

    Me encanta la pregunta de ¿Por qué hay fotos de mujeres desnudas en los talleres mecánicos y no hay fotos de hombres desnudos en la mercería? Y todo lo que comentas a partir de esa cuestión

    Un besote!

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  2. Muchas gracias Alan !!! son esas preguntas que surgen en la infancia cuando uno intenta interpretar el mundo y se da cuenta que decodificarlo es una tarea demasiado ardua!! jajaja. Un abrazo!!!!!!

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