
Tus padres, tus tíos, tus primos y los
vecinos, ese último día en Fuentecén después de fiestas, todos salen a
despedirte mientras te ayudan a cargar el coche. Maletas y varios paquetes,
quizás con morcillas, quizás con
panetes, seguro con vino. Pequeños
tesoros que uno se lleva cada vez que se va para que la vuelta a la vida real
sea algo menos dolorosa.
Abrazos, buen viaje, cuidaros, nos
vemos pronto, al llegar envía un mensaje y una retahíla infinita de fórmulas de
despedida que uno dice con la cabeza gacha y la voz un poco rota, la resaca de
fiestas tiene algo de culpa, pero también las lágrimas que ya pujan por saltar
al ruedo. Arrancas el coche y cruzas el pueblo a 10 km hora para poder despedirte
de todos los rincones conforme vas pasando por la cruz, el caño, la iglesia al
fondo, la plaza del simpático, el campo de futbol.
Ese último día del verano, bajar por
el pontón hasta el cruce con la nacional es entrar en un túnel del tiempo. Son sólo
unos metros pero mil recuerdos de mil veranos se te aparecen en fotografías que
saludan desde la cuneta: La foto de cuando aprendiste andar en bici, tus amigos
jugando al rescate, tu abuela llamándote para merendar, el primer año con peña
y bodega, los amores veraniegos que
fueron difíciles de olvidar, las noches en el callejón de la Sociedad, los fiestones por todos los pueblos de la
ribera, tu cara al salir de la bodega cuando ya ha amanecido, los chocolates en
dianas, el lechazo en el contador y los cantares con la familia….. (Podría
seguir con el álbum pero prefiero dejaros un espacio en blanco para que lo rellenéis
con vuestros recuerdos).
Con tanta foto, para cuando llegas al cruce de la carretera, ya te han saltado
las lágrimas e intentas disimular poniéndote gafas de sol porque se supone que
no tienes edad para emocionarte como cuando tenías catorce años e irte del pueblo
era una tragedia griega.
En el stop yo siempre miro para atrás. Desde allí se ve todo Fuentecén, como una imagen congelada en la que cada año todo y nada sigue igual y lo fundamental nunca cambia.
En el stop yo siempre miro para atrás. Desde allí se ve todo Fuentecén, como una imagen congelada en la que cada año todo y nada sigue igual y lo fundamental nunca cambia.
Estará así esperándome, esperándote
hasta que volvamos y entremos por el mismo lugar pero en trayecto inverso para
empezar un nuevo verano.
Pongo el intermitente, giro a la
derecha y emprendo camino. ¡Hasta pronto pueblito bueno! ¡Hasta pronto Fuentecén!