13 de febrero de 2012

El epílogo de la angustia



Estoy aquí, otra vez sentada a orillas de la muerte. Mi alma tiembla porque no tolera límites. Es que la muerte es el límite al que más le huyo, al que más le temo.
Quisiera tener fe y reconfortarme con la idea que este camino no se termina, que vuelvo a renacer y otra vida me espera. O tal vez, creer en la vaga ilusión que cuando acabe este cuento habrá alguien allí para cuidarme, para resguardarme, para protegerme.
Pero no. Yo sé que allí nadie habrá. Ni el gran Dios por el que mis hermanos batallaron guerras, ni la preciada paz que buscan las almas amargas como la mía.
El tiempo profundiza la espera, la torna insufrible, insoportable. Ya nada queda de mis placeres tristes y oscuros, de mis sueños truncados y mis amores fallidos. Solo quedo yo.
Es la soledad el veneno que consume mis días. Es la ansiedad el arma que destruye mi conciencia.
Quisiera haber tenido fe, pero nunca la tuve. Quisiera haber tenido amor, pero no supe retenerlo. Quisiera haber echado raíces, pero enseguida se pudrieron. Quisiera haber tenido ilusiones, pero se marchitaron. Quisiera haber podido volar, pero me arranqué las alas.
Aquí estoy, sentada otra vez…

Equinoccia Balmes

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