25 de agosto de 2015

Cenicienta y el Príncipe posmoderno



Una vez hallada la casa de Cenicienta y habiéndole probado infructuosamente el zapato a sus hermanastras, el bello Príncipe se dirigió hacia ella. Cenicienta lo miró con dulzura, tímidamente esperanzada.
El Príncipe le calzó el zapato y de pronto, todo se transformó. Del bello joven, salieron eructos aromatizados de fernet y cerveza. Gases sazonados de choripán de cancha y asado recalentado. Su panza comenzó a crecer rápidamente, rompiendo los botones de su camisa. 
En cuestión de segundos, Cenicienta vio ante sí, escenas de su futura vida conyugal: fines de semana enteros limpiando y planchando, mientras el Príncipe jugará incansablemente, a la play station. Ajetreadas noches dando el pecho a sus hijos, mientras los ronquidos de su amado, le quitarán el poco sueño que podrá conciliar. Aburridísimas reuniones de padres en la escuela, a las cuales siempre, asistirá ella.  Interminables horas en el gimnasio, buscando combatir una celulitis, que pese a los deseos de su esposo, jamás se irá. Insoportables almuerzos domingueros en casa de su suegra, donde todo serán elogios para la anfitriona y reclamos, para ella.
Ante semejante panorama, Cenicienta decidió torcer su suerte. Se sacó el zapato de cristal, y con entusiasmo y fe en sí misma, le dijo al Príncipe: “gracias guapo, pero  sola y con zapatillas, camino mejor”.


 Relatividad Amena


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