Todos los años es un placer acudir a la llamada de la Seminci, Semana Internacional de Cine de Valladolid, este año en su 56ª edición, celebrada entre el 22 y el 29 de octubre. Este magnífico festival, es una invitación, año tras año, a una mirada amplia sobre el panorama cinematográfico internacional, a disfrutar de la misteriosa alquimia de la pantalla, a la reflexión más allá de nuestra área de comodidad.

En la 56ª Seminci he podido disfrutar de tres interesantes muestras de este cine. Por un lado, dentro del Ciclo Novísimos. Cine sueco del S.XXI. Swedish film is here, Happy end, de Björn Runge. Un cuento para adultos, seres humanos de carne y hueso que luchan por romper los vínculos destructivos y las mentiras que les anclan a su infelicidad. Cualquiera de nosotros, alguien cercano. Emociones incómodas que, en la mayoría de las ocasiones, acaban debajo de la alfombra. Por otro lado, en la sección Punto de Encuentro, los largometrajes Tiska leken (juego oculto) de Görel Crona (Suecia) y Eldjall (volcano) de Rúnar Rúnarsson (Islandia-Dinamarca), esta última distinguida en esta sección como mejor largometraje (y candidata islandesa para los próximos premios Óscar). Dos propuestas, radicalmente opuestas en su planteamiento, pero con el nexo de poner sobre la mesa el dolor ante un pasado y un presente difíciles de encajar, traumáticos, que condicionan la forma en que sus protagonistas se relacionan con los otros y consigo mismos. Temas tan dolorosos como los abusos sexuales en la infancia, la enfermedad terminal de un ser querido, el desarraigo y el vacío existencial, la incapacidad de poner nombre a lo que nos aleja de los demás. Temas muy complejos sobre los cuales el cine todavía tiene mucho que decir y mostrar.
Me voy de la Seminci con tres historias valientes. Me voy de la Seminci con los ojos abiertos.
Viridiana
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