5 de agosto de 2012

A las puertas del cielo: Ascenso al Huayna Picchu






Suena el despertador a las cuatro de la mañana, en un hotel de Aguas Calientes (Perú), invierno en el hemisferio sur. La lluvia nos empapa mientras esperamos el autobús que nos conducirá a la montaña mágica. Nuestra intención es ver amanecer desde el Machu Picchu, como tantas veces hicieron sus habitantes quechuas y los incas gobernantes hace ya 600 años.

Al llegar a la ciudadela la encontramos llena de brumas, apenas pueden verse las ruinas que están a tu lado, pero la sensación de estar rodeado de nubes a 2.500 metros de altura es indescriptible. Hay una atmósfera fantasmagórica, se respira el silencio y la solemnidad del lugar se multiplica por mil. El madrugón se olvida fácilmente cuando estás entre esas nubes con tanta historia. Aún así, esperaba fervientemente a que aclarase el día, después de tanto esfuerzo para llegar hasta esa montaña, maravilla del mundo, no quería ni imaginar que las nubes no me dejaran disfrutarla.


Las cruces roja señalan el camino inca por el que se asciende 

Intuyendo apenas las ruinas y sin ver nada del paisaje que nos rodeaba, cruzamos por la ciudadela y llegamos a la puerta del Huayna Picchu o “montaña joven”. Un cerro escarpadísimo de casi 2.700 metros de altura, muy vertical, que impresiona solo con verlo en las fotos. Es el monte que preside el Machu Picchu o “montaña vieja”, el pico que siempre aparece en las instantáneas y que casi nunca se nombra. Ese pico majestuoso que se eleva hasta las puertas del cielo y que impone su presencia, altivo e implacable, desde cualquier perspectiva.

 
En una ladera del Huayna Picchu aún se conserva un sendero inca estrecho y peligroso con escaleras endemoniadas en la mayoría del tramo. A un lado, está el abismo, al otro, las paredes del cerro. Ascender hasta la cima es realmente agotador pero vale muchísimo la pena. Los más preparados tardan aproximadamente una hora, para el resto de los mortales, hora y media.

En la montaña se encuentran ruinas incas y el Templo de la Luna. Hay varias hipótesis sobre ellas, por un lado parece que tenían un fin de observación astrológica como muchos templos de los incas, pero también se cree que servía como puesto de vigilancia de la ciudadela del Machu Picchu y que un vigía subía para divisar toda la zona y comprobar que todo estuviera en orden.

Yo, aún teniendo entrada (solo pueden entrar 400 personas por día y hay que firmar un control por si te pasara algo) ya había decidido no subir dada mi condición semi perezosa y medio asmática, pero una vez allí, a pesar de la llovizna que aumentaba la dificultad, algo me empujó a hacerlo, a probarlo. Quizás fueran los ánimos que da el mate de coca, pero yo prefiero pensar que fue la magia de ese lugar la que me impulsó hacia arriba, algo magnético en el camino,  una fuerza repentina y especial, como si no hubiera otra opción que llegar hasta la última roca, como si ese fuera el único destino. Poco a poco fui ascendiendo hasta que cuando quise arrepentirme estaba en mitad de la montaña;  si había llegado hasta allí, tenía que llegar hasta la cima, con el corazón en la boca y la respiración desbocada, pero hasta la cima.


Terrazas incas cerca del cimo

En el último tramo aún subsisten antiguas terrazas incas con escaleritas mucho más estrechas por donde tienes que trepar a cuatro patas si no quieres acabar despeñado, incluso hay un pequeño túnel natural entre las rocas por el que debes ir agazapado.  Y… de repente…. asomas la cabeza… trepas por una pequeña escalera de madera apoyada en una roca enorme y  ZAS… el final!! La nube, el cielo, el punto más alto!! Y en un segundo (o quizás dos) la falta de aliento desaparece, el sudor se seca y el corazón vuelve a su sitio al contemplar la inmensidad que te rodea. En cambio, la respiración no se normaliza, no, la respiración se corta porque no hay palabras ante las puertas del cielo.



Vista desde la cima
  

Conforme pasan los minutos, sentado en una de las rocas rodeadas de precipicios, recuperando el aliento, las brumas se van despejando y se abre ante ti el paraíso, la maravilla del mundo a tus pies, el Machu Picchu visto desde las alturas, su forma de cóndor, el verdor de los bosques, los cerros vigilantes que lo rodean, como soldados de los incas que guardan por siempre el edén de sus dioses.  

¡Vuelve a la realidad! Ahora toca bajar por el mismo camino. Quien tenga vértigo, que se quede allí arriba, entre el Sol y la Luna.

Panorámicas de bajada







Escaleras de bajada

Escaleras?








Ultramarinos Bodeler













































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