18 de septiembre de 2012

El espíritu del vino en las bodegas de Fuentecén y la Ribera del Duero


Fuentecén

En un lugar de Castilla, de cuyo nombre me acuerdo todos los días, duermen bajo tierra cuevas históricas con mil y un secretos en su interior. Hablamos de la provincia de Burgos, hablamos de la Ribera del Duero, hablamos, por hablar, de un pequeño pueblo llamado Fuentecén.  

Este municipio está enclavado al sur de la provincia, en el corazón de la Ribera, una tierra regada por el río Duero que huele a medievo en cada esquina, plagada de testimonios mudos de aquella época: castillos, torreones defensivos, monasterios y tributos oníricos a princesas y caballeros.


Castillo de Peñaranda de Duero



Castillo de Peñafiel

Fuentecén está en una comarca históricamente dedicada al cultivo de la vid y la elaboración de vinos, donde la mayoría de los pueblos, por pequeños que sean, conservan un entramado de galerías subterráneas que antaño se excavaron con la finalidad de conservar el vino cosechado. Su profundidad oscila entre los 7 y los 12 metros y conservan el vino a una temperatura entre 11º y 13º grados, con un nivel de humedad constante  durante todo el año.

 
Viñas en el pinar de Fuentecén
   

 
Escalera interior de bodega





















En el libro Viñedos, vino y bodegas en la historia de Aranda de Duero sus autores Javier Iglesia y Alberto Villahoz nos hablan de las bodegas de Aranda y por ende, de las de la Ribera: “No son las bodegas lugares de refugio o pasadizos para escapar de la villa murada. No son tampoco sus autores los romanos o los árabes. Es ilusorio pensar en tal número de perforaciones en tiempos donde la guerra se entendía como combates cuerpo a cuerpo. Las bodegas, cuevas entrelazadas en profundidad, fueron construidas con un fin lógico e inmediato, el servir de almacenamiento a unas, cada vez mayores cosechas de vino, probablemente desde finales del siglo XIII. Las bodegas no son evidentemente construidas todas al mismo tiempo… pero en esa época la Ribera y en especial Aranda de Duero, se convierten en exportadores de vino a un centro de población tan importante como lo es, durante la Edad Media y el Renacimiento, la ciudad de Burgos.”


Interior de una bodega de Aranda de Duero
“Las instalaciones vinarias tradicionales, lagares y bodegas, se han seguido utilizando hasta el siglo XX, formando unas construcciones singulares que, en los lugares donde aparecen conjuntamente fuera de los pueblos, llegan a crear barrios diferenciados, conjuntos arquitectónicos propios” Así pasa en Fuentecén, donde las bodegas y lagares se encuentran en un pequeño cerro muy próximo al pueblo llamado Santa Ana o bien en el pinar a las afueras de la localidad. En cambio, en Aranda de Duero, ciudad capital de la Ribera, las encontramos en el centro de la villa, probablemente por razones defensivas.


Plano de la red de bodegas subterráneas de Aranda
  
Exterior de las bodegas de Santa Ana


 En cuanto a su estructura y construcción, nos explican: “Los elementos de los que constan las bodegas son los necesarios para la seguridad de las instalaciones, así como para la conservación del vino: arcos de piedra arenisca o caliza o los más recientemente construidos de ladrillo y hormigón; zarceras o chimeneas que comunican con el exterior, sumideros para filtrar el agua utilizada en el lavado de las cubas; respiraderos o pequeños orificios que comunican las galerías.” Si bien, en el resto de pueblos de la comarca, las bodegas son de construcción mucho más sencilla que en Aranda, la mayoría sin arcos de piedra o ladrillo, aunque sí con varias galerías.


  
 



Panorámica de Fuentecén, su vega y pueblo de Haza al fondo

Hoy en día las bodegas subterráneas también son utilizadas por  las peñas (grupos de amigos) como lugar de reunión. Su cueva, su rincón donde ser libres, hablar y beber hasta que el sol alumbra de nuevo el pequeño cerro de Santa Ana.

La bodega es un refugio, un bunker que te protege del resto del mundo, porque allí dentro no hay otra opción que ser feliz rodeado de amigos de infancia con los que todo y nada sigue igual a pesar de los años. Porque el espíritu del vino que habita en la cueva, te envuelve, se impregna en tu piel y se queda contigo, creando lazos fuertes, como un pacto de sangre que te mantiene unido para siempre.

 
Puerta de entrada a una bodega

Y uno sigue con su vida en su ciudad,  pero él siempre te hará volver al pueblo, a tus raíces, al lugar donde nacieron tus ancestros, a una identidad de familia tan profunda como la de los famosos Corleone. Él siempre te hará volver a tu bodega con tus cómplices amigos. Porque al entrar en ella, el tiempo no existe, todo pierde su importancia. En su burbuja,  el reloj se para y todo se mantiene estable por mucho que pasen los años, igual que la temperatura del vino. Mientras estás dentro, nada importa más que las largas conversaciones y una copa,  el desfile de anécdotas y otra copa, las risas sentado en alpacas de paja y otra copa.

El sueño se rompe al amanecer  en este pequeño pueblo, cuando al salir de la cueva te ciegan los primeros rallos de sol. Es el momento de volver a casa. Pero ya nunca serás igual pues llevas contigo al espíritu del vino, que ha renovado tus fuerzas para devolverte al mundo real, consciente y orgulloso de llevar en los genes las vides de la Ribera y sus muchos secretos. Porque si en el cine repiten siempre el dicho “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”  no es menos cierto que “Lo que pasa en las bodegas de Fuentecén, se queda en Fuentecén”.


 



  Ultramarinos Bodeler

*Este post no podría haberse escrito sin la ayuda de mi gran amigo y humanista burgalés, Fede Sanz,  miembro histórico de mi peña y compañero de bodega.


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