Julia
lo esperaba. Siempre fue así. Cada tarde, espiaba por su ventana en búsqueda de
sus ojos, aquellos oscuros traicioneros que falsas promesas le habían dado una
noche, de aquel noviembre fugaz.
Era
una batalla contra la luz que comenzaba a escasear, sin dar siquiera pistas del
paradero del tórrido amante.
Por
momentos, la espera se tornaba tediosa, angustiante, mortal. Por otros, calma y
dulce, aquietante y plácida, como aquellas caricias que le hacían frente al
olvido. Julia volvía a asomarse una y otra vez, en algún instante llegaría,
nomás había que aguardar.
Peinaba
sus cabellos, perfumaba su cuello y masajeaba sus manos y piernas con aceites
herbales. Preparaba su cuerpo, en caso que sufriera algún efímero y bruto
asalto. Pero pasaban las horas y el perfume se evaporaba, el aceite se
escurría, los cabellos se rebelaban y Julia se marchitaba. Caía la noche y la
espera se convertía en desilusión, en venganza, en ira, en incomprensión.
Restaba aguardar a la próxima tarde, quizás un nuevo atardecer traería consigo
pasadas promesas de un volver.
Julia
lo seguía esperando. Otra cosa no podía hacer. ¿Cómo pueden aquellos resignarse a enterrar los deseos más desenfrenados
y lascivos? –se preguntaba. Ella estaba segura que tarde o temprano él
regresaría, no podía seguir demorando.
De tanta
pasión, algo habría quedado. Debía ser así. Resultaba incierto y sobre todo
tremendamente perturbante, si es que acaso, se había consumido por completo. Sin
embargo, ella percibía sus restos. Había veces que los olía, degustaba,
transpiraba. Otras, los acariciaba, escuchaba, rugía. Aunque también, los
rasgaba, penetraba, abrazaba y descuartizaba. Julia sabía que aún estaban por
allí... pero, ¿dónde?
No se
animaba ir en búsqueda de ellos. Como de costumbre, prefería aguardar. Ellos
venían solos, como él. Y así pasaban sus tardes, junto a su ventana con
cortinas color añejo, con ojos que vencían al parpadeo y murmullos que ensayaban
vociferar una impúdica bienvenida. ¿Qué fue de aquel amante que su fogosidad no
pudo retener? ¿Qué fue de aquel hombre cuyo engaño ella no supo ver?
Eran
las cuatro ya y aún no había peinado sus cabellos. Inquebrantable en su deseo,
Julia lo volvía a esperar. Creo recordar que siempre fue así.
Equinoccia Balmes
Magnífico, Equinoccia!
ResponderEliminarGracias Lou Lou !!!
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