Puede que en el mundo haya muchas cosas que me gustaría
enviar a planetas vecinos. Noticias que cada día nos sacan de quicio, usura,
injusticia, intolerancia y un infinito etcétera. Pero hay algo que está por
encima de todo esto, hay algo que domina a todo lo que crece bajo él. Algo más
grande que el agua de los ríos y el inmenso océano. Más grande que los bosques
y sus hojas de infinitos colores. Algo venerado por la mayoría de culturas del
planeta, hasta que el cemento no nos dejó ver el horizonte y nos decidimos dedicarnos
a vivir por y para nuestra burbuja.
Con lo que me quedo de este año y de todos los que han pasado y
vendrán es sin duda el privilegio de poder contemplar el sol, colgado ahí, en
el cielo. Cada día, tooodos los días ahí, vigilando. Porque, un buen
amanecer cura todos los males, momentos de hipnosis para comprender que todo lo
que ocurre a nuestro alrededor es insignificante comparado con él. Él es el que
tiene el poder, impasible, poderoso. El Rey Sol que todo lo ve y todo lo
controla, un celeste Gran Hermano.
Sin embargo hay un lugar donde el amanecer es, si cabe, más espectacular,
que en cualquier otra parte del planeta. En algunas tierras salvajes de África,
donde todo sigue como el día en que el hombre nació, el sol se muestra
mucho más hermoso y los reflejos de su luz al amanecer se instalan para siempre
en el corazón de cualquiera que se le ocurra mirar al cielo.
Así que, no os olvidéis que aún somos libres para salir,
sentarnos y darle cada día la bienvenida, es mi razón personal para creer que el mundo es único, a pesar de todo.
Fotos y texto:
Ultramarinos Bodeler
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