Allí
lo esperé. Hacía horas que mi soledad tiritaba y mi desconsuelo comenzaba a
resquebrajarse. Pero él aún no venía.
Me
habían llegado rumores de que había emprendido arduos y largos viajes, pero sus
señales cada vez se tornaban más escasas.
Mi
gente, que era también la suya, me instaba a no perder la fe. Por más
complicada que fuese la circunstancia, él siempre daba algún centello de
esperanza. Pero, la incredulidad se hacía profunda y el devenir impostergable.
¿Quiénes aún podían esperarlo?-desilusionado me preguntaba.
Pasaron
las horas. Pasaron los días y los meses. Y cuando los años fueron evidentes, me
marché. Culpado fui de engrosar las filas de los infieles. Desterrado fui del
paraíso cuyas mieles me quedé sin saborear.
Ahora
ardo junto a los otros. Junto a aquellos que nunca estuvieron o que como yo, se
cansaron de esperar. El fuego quema y duele, irrita y repele todo anhelo de un
más allá. Es cierto que ahoga y destruye, pero no lastima tanto como el saber
que él nunca vendrá.
Vespertina Incrédula
No hay comentarios:
Publicar un comentario