9 de septiembre de 2013

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No resulta extraño que l@s docentes, en especial aquellos que trabajamos en la Educación Media o Primaria, sintamos que las aulas nos quedan chicas. En ocasiones, podemos hacer alusión al uso literal de la expresión, pero en el caso particular al cual hoy me refiero, tiene que ver más con un sentido metafórico que con metros cuadrados y densidad de población en el aula.

Esa sensación de pequeñez, se vincula muchas veces con la percepción de encierro y claustrofobia que en determinados momentos la escuela suele tan bien transmitir. Y si tomamos en cuenta que el saber no ocupa lugar, el desafío a la física del espacio que éste le infiere al aula, hace que muchos de nosotros queramos explorar todos los mundos posibles que desde esa habitación llena de pupitres nos imaginamos. Hay quienes nos rebelamos ante la cruda realidad de perecer en nuestras aulas. L@s que padecemos de ansias de sapiencia crónica (sin cura ni tratamientos alternativos efectivos) tenemos la urgente necesidad no solo de transcender nuestro espacio laboral, sino también, y ya de manera más utópica, la propia existencia.

La docencia comprometida, que se involucra, aquella apasionada que se va por las ramas en sus explicaciones, pero sabe arribar sana y salva a puerto seguro, tiene la misión de hacer retumbar todo aquello que dice e imparte. Si el aprendizaje solamente se logra en el aula, no es para nada significativo. El aprendizaje no solo requiere de otro, sino de unos OTR@S, que permitan transformar la experiencia no exclusivamente en algo vital, sino en una práctica que se retroalimenta continuamente. Esta particular forma de ver y experimentar la docencia, nos obliga a pensarnos a nosotr@s y a nuestr@s alumn@s como agentes multiplicadores. El saber debe multiplicarse, no podemos permitir que muera en el aula. Se debe escapar por las ventanas y puertas y ser parte de una cena familiar, de una charla de amigos, de una situación en la vía pública cuando veo vulnerado algún derecho y comienzo a reclamar aquello que alguna vez algún ocurrente profesor me dijo que era útil conocer.


Nuestra tarea trasciende espacios institucionales. No nació ni debe morir en el aula. Es fundamental que creamos en su capacidad de hacer eco. Pensar que no damos clase solamente para tal o cual alumn@, sino también para lo que hay detrás, en su entorno cercano y en el venidero. Hay que saber despegarse de ese conocimiento que impartimos, para que se reformule, para que se renueve, para que se boicotee, para que viva, para que trascienda, para que llegue a OTR@S y así, vuelva a nosotr@s nuevamente. Trabajar con personas, estableciendo vínculos, como cada día hacemos l@s docentes, es pensar que más es más. Multiplicar dudas y aciertos, saberes y reflexiones. Apostar a que la finitud está muy lejos de nuestro quehacer diario. Tener claro, que el mundo que recreamos entre aquellas cuatro paredes aún debe dar unas cuantas vueltas más.


Itsamá Araucanía

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