No
resulta extraño que l@s docentes, en especial aquellos que trabajamos en la
Educación Media o Primaria, sintamos que las aulas nos quedan chicas. En
ocasiones, podemos hacer alusión al uso literal de la expresión, pero en el
caso particular al cual hoy me refiero, tiene que ver más con un sentido
metafórico que con metros cuadrados y densidad de población en el aula.
Esa
sensación de pequeñez, se vincula muchas veces con la percepción de encierro y
claustrofobia que en determinados momentos la escuela suele tan bien transmitir.
Y si tomamos en cuenta que el saber no ocupa lugar, el desafío a la física del
espacio que éste le infiere al aula, hace que muchos de nosotros queramos
explorar todos los mundos posibles que desde esa habitación llena de pupitres nos
imaginamos. Hay quienes nos rebelamos ante la cruda realidad de perecer en
nuestras aulas. L@s que padecemos de ansias de sapiencia crónica (sin cura ni
tratamientos alternativos efectivos) tenemos la urgente necesidad no solo de
transcender nuestro espacio laboral, sino también, y ya de manera más utópica,
la propia existencia.
La
docencia comprometida, que se involucra, aquella apasionada que se va por las
ramas en sus explicaciones, pero sabe arribar sana y salva a puerto seguro,
tiene la misión de hacer retumbar todo aquello que dice e imparte. Si el
aprendizaje solamente se logra en el aula, no es para nada significativo. El
aprendizaje no solo requiere de otro, sino de unos OTR@S, que permitan transformar
la experiencia no exclusivamente en algo vital, sino en una práctica que se
retroalimenta continuamente. Esta particular forma de ver y experimentar la
docencia, nos obliga a pensarnos a nosotr@s y a nuestr@s alumn@s como agentes
multiplicadores. El saber debe multiplicarse, no podemos permitir que muera en
el aula. Se debe escapar por las ventanas y puertas y ser parte de una cena familiar, de
una charla de amigos, de una situación en la vía pública cuando veo vulnerado
algún derecho y comienzo a reclamar aquello que alguna vez algún ocurrente
profesor me dijo que era útil conocer.
Nuestra
tarea trasciende espacios institucionales. No nació ni debe morir en el aula.
Es fundamental que creamos en su capacidad de hacer eco. Pensar que no damos clase
solamente para tal o cual alumn@, sino también para lo que hay detrás, en su
entorno cercano y en el venidero. Hay que saber despegarse de ese conocimiento
que impartimos, para que se reformule, para que se renueve, para que se
boicotee, para que viva, para que trascienda, para que llegue a OTR@S y así,
vuelva a nosotr@s nuevamente. Trabajar con personas, estableciendo vínculos,
como cada día hacemos l@s docentes, es pensar que más es más. Multiplicar dudas
y aciertos, saberes y reflexiones. Apostar a que la finitud está muy lejos de
nuestro quehacer diario. Tener claro, que el mundo que recreamos entre aquellas
cuatro paredes aún debe dar unas cuantas vueltas más.
Itsamá Araucanía
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