19 de marzo de 2014

El dolor tiene relator


Escuchándolo me doy cuenta que su voz es polisémica. Transmite tanta variabilidad de emociones que sería difícil encerrarla en una sola etiqueta. Sin embargo, el registro que más me moviliza de ella, es cuando expresa el dolor.
Hay muchas voces que cantan sobre el desamor, la tristeza, la angustia, la amargura y la pena, pero la de él es tan palpable y auténtica que nuestra psiquis con tan solo oírla, ya empieza a hacer catarsis.
Fiel relator de la aflicción, este rockero inglés provoca en mí lo que años de terapia apenas han logrado: expeler mi congoja.
Pero en su viva voz, no todo es llanto y suplicio, es tan hábil y disímil que cuando comienza a vibrar, mi cuerpo se transforma, mi quietud queda extinta. Ella es un buen ejemplo de los caminos de la evolución del lenguaje humano, tras ella están los rastros de nuestro arte comunicativo.



Aguda a la hora de transmitir el dolor, en vez de amargarnos, ella nos regala una buena dosis de serenidad y reposo. Oyéndola, nos damos cuenta que sufrir no es algo netamente negativo, sino que se trata de un “mal” que muchas veces es vitalmente necesario. Claro está, que no todo lo que ella relata es pesadumbre y malestar, hay abundantes registros donde el jolgorio y la esperanza se abren paso y aclaran las turbulencias del sórdido panorama personal.
Gracias mi estimado lord por calmar mi zozobra, sepa usted gran Morrisey que en mi maletín de auxilios próximos sus melodías son mi bien más preciado.



Laurencia Melancolía



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