Ya han pasado 10 años, el tiempo pasa tan
rápidamente que se nos escapa entre las manos. Personalmente recuerdo aquellos
días como si fuera ayer. El 11 de marzo del 2004 yo fui a trabajar como cada
día y al llegar me dicen que ha habido un atentado en Madrid, que por el
momento no se sabe mucho pero que parece que ha sido algo gordo, han muerto
unas 25 personas. Automáticamente pienso que a ETA se le ha ido la olla, que
estando medio acabada, no le beneficiaría
nada armar semejante desastre.
Al cabo de unos minutos pienso en todos los amigos
que tengo en Madrid, me entra el frío y envío mensajes para ver como están,
pues el atentado ha sido en hora punta en la estación de trenes de cercanías
más importante de la capital, la estación de Atocha y por allí a esas horas
puede pasar cualquiera. Me tranquilizo al ir sabiendo que todos están bien.
Conforme van pasando las horas la desazón y la
incredulidad aumentan al mismo ritmo que aumenta el número de víctimas. Aquel
día trabajamos muy poco, pues al sospechar que nuestro gobierno no informaba
con mucho rigor, empezamos a leer por internet los periódicos europeos e internacionales donde, ya a esas
horas, se daba casi por hecho que la autoría del atentado podría pertenecer al terrorismo
islamista.
Al leer eso, te entra el vértigo, este es otro tipo de “enemigo”, piensas
en lo frágil que es la seguridad ciudadana ante este tipo de ataques perpetrados
por fanáticos que por venganza quieren hacer correr sangre de gente corriente,
cuanta más mejor, como de hecho pasaba y pasa cada día en países como Irak.
Quid pro quo, supongo. Los días siguientes ir en metro no era plato de gusto.
Occidente se está acostumbrando a ver como se sufren las guerras lejos de sus
fronteras y nuestra generación no está preparada para el desastre en su propia
ciudad o país, a pesar de que la vieja Europa está más que acostumbrada a
guerras continuas.
El caso es que tres días después de ese atentado se
celebraban en España las elecciones generales y desgraciadamente eso hizo
desplazar la atención que merecían las víctimas hacia la política, pues la
autoría del atentado podía influir decisivamente en el resultado de esas
elecciones. Si se concluía que era
un atentado de grupos islamistas, la gente no perdonaría al Partido Popular
(PP) haber dado su apoyo a la guerra de Irak en contra de la voluntad popular,
cosa que les haría perder estrepitosamente. Si, por el contrario, el atentado
era de ETA, no tendría porque significar una derrota rotunda del PP.
Por ello, los españoles asistimos durante los tres
días posteriores al brutal atentado que nos había herido en los más profundo, a
un espectáculo esperpéntico de nuestros gobernantes que olvidándose de las
víctimas, orquestaron la mayor
manipulación de información jamás vista en este país. Se trataba de mantener
como fuera, caiga quien caiga, la tesis de que había sido ETA hasta el día de
las elecciones para no perderlas. Esto dio lugar a vergonzosas teorías de la
conspiración que aún hoy algunos mantienen.
Aquellos políticos y periodistas se olvidaron del
dolor de la gente, de que habían muerto 191 personas, de que el país entero
estaba conmocionado por el dolor y la incredulidad. Se olvidaron de todos los
familiares de los fallecidos, de los fallecidos mismos, de la sangre y de las
vidas sesgadas. Lo único que les importaba era no perder las elecciones y para
ello no les importó mentir y negar lo evidente a pesar de que la prensa
internacional insistía en que la autoría del atentado no era de ETA sino de
grupos terroristas islamistas.
La movilización ciudadana de aquellos días fue un
ejemplo para todos, todo el mundo exigía la verdad y pocos se creyeron sus
patrañas porque finalmente el atentado les supuso la perdida del gobierno.
Valga este hecho puntual en la historia como ejemplo para todos los pueblos de
todos los países. Hay cosas con
las que no se juega y una de ellas es el dolor por la pérdida de un ser querido
o la herida profunda a un pueblo inocente a pesar del daño que hagan sus
gobernantes allende sus fronteras. Aquellas vidas perdidas no tenían la culpa de nada, tampoco
la tienen las vidas que se pierden diariamente en Irak.
Ya han pasado 10 años, espero que cosas como estas
nos sirvan para saber que el fanatismo político de cualquier índole es siempre
dañino y que el gobernante tiene que velar por los ciudadanos, no por su interés
propio.
En recuerdo de aquel día y de todos los que ya no
están….
Ultramarinos Bodeler
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