¡Qué
lindo es salir a la calle y sentirse un pedazo de carne que es ansiado por ser
devorado de un solo mordiscón! ¿A quién no lo halaga verse como un objeto de
consumo? ¡Es que los humanos somos tan comunicativos, que expresamos nuestras
sensaciones más primitivas sin importar el efecto que eso tiene en los otros! ¡Arriba
la libertad de expresión! ¡Basta de hipocresía! ¡Demos rienda suelta a nuestra
imaginación y deseos más retorcidos, y empecemos a regurgitarlos! ¡Bienvenidos sean los piropos! Gracias a ellos,
las mujeres recordamos día a día lo hermosas y sensuales que somos. ¿Acaso
habría alguna otra forma más sana de levantar nuestra autoestima si no fuera
por su popular existencia?
Agradezco
a mi sociedad que nos haya educado en el valor de apreciar los objetos, de
resaltar las falencias y sobretodo, sobreestimar las cualidades estéticas de
las hembras. Sentirse deseada e íntimamente invadida, no debería ser algo que
incomode a las mujeres en su transeúnte pasar. ¿¡Qué mejor mimo al alma que
enterarte todas las cosas que ese piropeador podría hacerte con su lengua o con
esas manos intranquilas que buscan pellizcar tus glúteos cansados de tanto
gimnasio!?
Salir
a la calle y sentir que solo valés por lo que tenés, por tu apariencia física,
por cómo te vestís, por lo que mostrás o insinuás, es una sensación única,
aunque crudamente repetible, una y mil veces. ¡Ojalá las mujeres nos animáramos
más a piropear a nuestros hombres! A pegarles algún manotazo a sus genitales, a
manifestarles a viva voz, todas las cosas que les haríamos si los tuviésemos
entre cuatro paredes. Menos mal que está en boga eso de la equidad de género y
la igualdad de los sexos. ¡Por fin las mujeres vamos a empezar a piropear! ¡Se
acabó la guerra de los sexos, ahora empezó la guerra de los objetos!
¡A no
quedarse atrás chicas! Nuestra misión está encaminada. Ya conocemos nuestro
objetivo: popularizar y fomentar los concursos de belleza masculina, aumentar
las ventas de las revistas pornográficas para mujeres, desvestir a los
panelistas y tertulianos de tv tal como lo hacen con las rubias y pulposas
secretarias de los programas del primetime, y no menos importante: dejar las charlas
y tés en casa de amigas y frecuentar más los bares de strippers. ¡Qué bueno
está ser mujer en el siglo XXI! Claro está, menos mal que vivo del lado
occidental del Meridiano de Greenwich. Nosotras sí que estamos más avanzadas.
Tenemos libertad para usar minifaldas y escotes, operarnos las tetas,
inyectarnos botox hasta convertirnos en muñecos de cera y además, salir de
fiesta y tomar alcohol hasta no tenernos en pie. ¡Pero cuánto avanzamos! ¡Qué
conquistas sociales hemos logrado! Pero, ¿de dónde habremos sacado tanta
fuerza, tanto espíritu combativo? Estoy segura, que los piropos tuvieron algo
que ver.
Vespertina Incrédula
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