Corría
el año 1991 y algo nuevo acontecía en mi hogar: teníamos televisión por cable.
Un antes y un después, que significó una apertura hacia otras formas de hacer
televisión, sobre todo de aquellas provenientes de los países vecinos.
Eran
pocos los canales, el recorrido se hacía en menos de 30 segundos, pero un
sábado el frenético zapping se clavó en TVN (Televisión Nacional de Chile) ante
un videoclip que me impactó profundamente, tanto a nivel estético como musical.
Sonaba “Prisioneros de la Piel” de la
banda de rock chilena La Ley, que en
aquel entonces ocupaba el primer puesto del ránking del programa “Sábado
Taquilla”.
Amante
de la Geografía, ese paisaje inhóspito se me hacía familiar, intensamente
bello, y el negro de sus trajes más que contraste, me generaba un atractivo sin
mesura. Ni hablar de los efectos hormonales que provocaba Beto Cuevas
(cantante) en cada una de sus expresiones. Sin lugar a dudas, fue una
revolución de los sentidos, un banquete de sensaciones que perduró unos cuantos
años más.
Aún
desconocía la era cibernética, así que poca información podía obtener acerca de
la banda. Sin embargo, algo pude investigar para satisfacer mi sed de Ley. La
banda había comenzado hacía un par de años atrás (1988) de la mano de Andrés
Bove (guitarrista) y Rodrigo Aboitiz (tecladista). Por entonces, contaban con
una mujer como cantante (Shia Arbulú), aunque tras la marcha de ésta a
España, Beto Cuevas se impuso como cantante al regresar a Chile luego de varios años de exilio en Venezuela y Canadá (los
cuales tendrán gran peso a la hora de interpretar temas en francés e inglés).
La Ley era expresión de aquellos tiempos políticos acontecidos en Chile donde
la era Pinochet ya estaba tocando su fin, y siguiendo un estilo muy
influenciado por el new wave británico, se lanzaron hacia los primeros lugares
de la escena rockera chilena.
Primeramente,
editan “Desiertos” en 1989, y Aboitiz
deja la banda para reintegrarse posteriormente (con el álbum Invisible en
1995). Luego, vendrán los álbums de “Doble
Opuesto” y “La Ley”, los cuales
logran consagrar a la banda a nivel nacional y darle alas para abrirse al
mercado internacional.
Como
solía ocurrir en aquella época, y lamentablemente continúa ocurriendo en la
actualidad, su trabajo tuvo poco eco en Argentina. Siendo un país con unas
bases sólidas y fornidas en cuanto a rock en español se refiere, mi país hizo
caso omiso de la producción musical ocurrida tras sus fronteras, permitiendo
entrar y posicionarse solo a aquellas producciones musicales que no tenían referentes
en el mercado nacional. Es por ello que Luis Miguel, Chayanne, Christian
Castro, Ricky Martin, Thalía y productos
similares, siempre gozaron de liderazgo en el mercado argentino (no tenían
músicos locales pertenecientes a su género musical con los cuales disputarse
los ránkings).
Pero La Ley muy a mi pesar, sí los tenía. Y
por ende, sus incursiones trasandinas fueron escuetas y breves. Argentina era
un mercado difícil de escalar, y tras su consolidación en Chile y el trágico
accidente que dio muerte a Andrés Bove, la banda decide juntar fuerzas,
rearmarse y afincarse en México, con la férrea idea de conquistar el mercado de
rock latino y acceder también a los EEUU. En esa osadía, llevan bajo el brazo a
su álbum “Invisible”, magnífico por donde se lo mire y escuche. Una producción
impresionante y un tributo a su guitarrista recientemente fallecido, que hace
verdad en cada nota la historia del Ave Fénix.
La
influencia de los new romantics y el pop inglés es notoria, pero La Ley las
sintetiza de una forma exquisita. Su toque latinoamericano se respira en muchas
de sus letras y acordes. Está ahí.
Invisible (1995)
es un álbum bellamente oscuro, el cual dará paso a uno más tecno y negro
también, "Vértigo" (1998), sumamente
sensual para mi deleite, de principio a fin. Una estética gótica y virtual que
hace presente a las máquinas y sus chirriantes sonidos. Altamente gozable.
Luego
de estas dos grandes producciones, a mi entender (claro está), La Ley comienza
a perderse. Y no solo porque en ese transcurso hay integrantes que abandonan la
banda (como el bajista Luciano Rojas), sino porque en su intento de
internacionalizarse aún más y ganar más adeptos, de la influencia del new wave se trasladan a la influencia del pop melódico. La Ley se populariza más. Su
álbum "Uno" (2000) será un puntapié
para luego hacer un Unplugged en MTV y llegar los primeros puestos de los
ránkings de las radios más escuchadas.
En
aquel entonces, fueron varios los que se acordaron que me gustaba La Ley. Me
decían: “che, escuché el unplugged de esa banda chilena que te gustaba, no me
prestás sus cds??”. Y cuando prestaba sus anteriores trabajos, en términos
generales, siempre encontraba la misma respuesta: “mmm, mucho no me gustó, no
tiene nada que ver con lo que hacen ahora, no??”. Y tenían razón. La era 2000
de La Ley, tenía poco en común con lo producido en la década del ’90, como suele ocurrir con muchas bandas.
Por
supuesto, que las bandas (y las personas también!!) tienen derecho a cambiar,
reinventarse, revolucionar, etc., así como también tenemos los fans derecho a
decir: “muchas gracias, pero por este camino, al menos yo, no te sigo”. Y así me pasó
con La Ley. Dejé de comprar sus últimas producciones y asistir a sus últimos
recitales. La emoción y las ganas ya no eran las mismas.
Sin
embargo, aunque la banda ya hace unos años que puso fin a su formación, y sus miembros
emprendieron proyectos en solitario, sigo en búsqueda de La Ley perdida, de esa
que se fue para no volver. Sus antiguos trabajos, los saboreo con el mismo
placer que cuando los descubrí. Porque cada vez que los escucho es un grato reencuentro
con aquello que fueron, fuimos y fui.
Katrina Viribendi
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