15 de abril de 2013

En busca de La Ley perdida



Corría el año 1991 y algo nuevo acontecía en mi hogar: teníamos televisión por cable. Un antes y un después, que significó una apertura hacia otras formas de hacer televisión, sobre todo de aquellas provenientes de los países vecinos.
Eran pocos los canales, el recorrido se hacía en menos de 30 segundos, pero un sábado el frenético zapping se clavó en TVN (Televisión Nacional de Chile) ante un videoclip que me impactó profundamente, tanto a nivel estético como musical. Sonaba “Prisioneros de la Piel” de la banda de rock chilena La Ley, que en aquel entonces ocupaba el primer puesto del ránking del programa “Sábado Taquilla”.


Amante de la Geografía, ese paisaje inhóspito se me hacía familiar, intensamente bello, y el negro de sus trajes más que contraste, me generaba un atractivo sin mesura. Ni hablar de los efectos hormonales que provocaba Beto Cuevas (cantante) en cada una de sus expresiones. Sin lugar a dudas, fue una revolución de los sentidos, un banquete de sensaciones que perduró unos cuantos años más.
Aún desconocía la era cibernética, así que poca información podía obtener acerca de la banda. Sin embargo, algo pude investigar para satisfacer mi sed de Ley. La banda había comenzado hacía un par de años atrás (1988) de la mano de Andrés Bove (guitarrista) y Rodrigo Aboitiz (tecladista). Por entonces, contaban con una mujer como cantante (Shia Arbulú), aunque tras la marcha de ésta a España,  Beto Cuevas se impuso como cantante al regresar a Chile luego de varios años de exilio en Venezuela y Canadá (los cuales tendrán gran peso a la hora de interpretar temas en francés e inglés). La Ley era expresión de aquellos tiempos políticos acontecidos en Chile donde la era Pinochet ya estaba tocando su fin, y siguiendo un estilo muy influenciado por el new wave británico, se lanzaron hacia los primeros lugares de la escena rockera chilena.
Primeramente, editan “Desiertos” en 1989, y Aboitiz deja la banda para reintegrarse posteriormente (con el álbum Invisible en 1995). Luego, vendrán los álbums de “Doble Opuesto” y “La Ley”, los cuales logran consagrar a la banda a nivel nacional y darle alas para abrirse al mercado internacional.


Como solía ocurrir en aquella época, y lamentablemente continúa ocurriendo en la actualidad, su trabajo tuvo poco eco en Argentina. Siendo un país con unas bases sólidas y fornidas en cuanto a rock en español se refiere, mi país hizo caso omiso de la producción musical ocurrida tras sus fronteras, permitiendo entrar y posicionarse solo a aquellas producciones musicales que no tenían referentes en el mercado nacional. Es por ello que Luis Miguel, Chayanne, Christian Castro, Ricky Martin,  Thalía y productos similares, siempre gozaron de liderazgo en el mercado argentino (no tenían músicos locales pertenecientes a su género musical con los cuales disputarse los ránkings).


Pero La Ley muy a mi pesar, sí los tenía. Y por ende, sus incursiones trasandinas fueron escuetas y breves. Argentina era un mercado difícil de escalar, y tras su consolidación en Chile y el trágico accidente que dio muerte a Andrés Bove, la banda decide juntar fuerzas, rearmarse y afincarse en México, con la férrea idea de conquistar el mercado de rock latino y acceder también a los EEUU. En esa osadía, llevan bajo el brazo a su álbum “Invisible”, magnífico por donde se lo mire y escuche. Una producción impresionante y un tributo a su guitarrista recientemente fallecido, que hace verdad en cada nota la historia del Ave Fénix.
La influencia de los new romantics y el pop inglés es notoria, pero La Ley las sintetiza de una forma exquisita. Su toque latinoamericano se respira en muchas de sus letras y acordes. Está ahí.


Invisible (1995) es un álbum bellamente oscuro, el cual dará paso a uno más tecno y negro también, "Vértigo" (1998), sumamente sensual para mi deleite, de principio a fin. Una estética gótica y virtual que hace presente a las máquinas y sus chirriantes sonidos. Altamente gozable.



Luego de estas dos grandes producciones, a mi entender (claro está), La Ley comienza a perderse. Y no solo porque en ese transcurso hay integrantes que abandonan la banda (como el bajista Luciano Rojas), sino porque en su intento de internacionalizarse aún más y ganar más adeptos, de la influencia del new wave se trasladan a la influencia del pop melódico. La Ley se populariza más. Su álbum "Uno" (2000) será un puntapié para luego hacer un Unplugged en MTV y llegar los primeros puestos de los ránkings de las radios más escuchadas.


En aquel entonces, fueron varios los que se acordaron que me gustaba La Ley. Me decían: “che, escuché el unplugged de esa banda chilena que te gustaba, no me prestás sus cds??”. Y cuando prestaba sus anteriores trabajos, en términos generales, siempre encontraba la misma respuesta: “mmm, mucho no me gustó, no tiene nada que ver con lo que hacen ahora, no??”. Y tenían razón. La era 2000 de La Ley, tenía poco en común con lo producido en la década del ’90, como suele ocurrir con muchas bandas.


Por supuesto, que las bandas (y las personas también!!) tienen derecho a cambiar, reinventarse, revolucionar, etc., así como también tenemos los fans derecho a decir: “muchas gracias, pero por este camino, al menos yo, no te sigo”. Y así me pasó con La Ley. Dejé de comprar sus últimas producciones y asistir a sus últimos recitales. La emoción y las ganas ya no eran las mismas.
Sin embargo, aunque la banda ya hace unos años que puso fin a su formación, y sus miembros emprendieron proyectos en solitario, sigo en búsqueda de La Ley perdida, de esa que se fue para no volver. Sus antiguos trabajos, los saboreo con el mismo placer que cuando los descubrí. Porque cada vez que los escucho es un grato reencuentro con aquello que fueron, fuimos y fui.

Katrina Viribendi


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