Culpas
ajenas y propias,
recuerdos
nítidos y sombríos,
instantes
robados e imaginados,
oscuros
llantos y tristes suspiros.
Verdes
anhelos y sonrientes momentos,
ansiados
abrazos e intensos besos,
preciados
roces y aclamados encuentros,
húmedos
lazos y fervientes deseos.
La
vida fue corta y eterna.
La
muerte, fugaz y placentera.
Pero,
mientras la desdicha
se tornaba
cierta,
el
gozo se iba diluyendo.
Queda
atrás el sendero
y de
frente el infortunio.
¿Quién
dijo que este artilugio
fue tan
solo un invento?
Equinoccia Balmes
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