18 de noviembre de 2013

Negra Sombra



Como el otoño ya está llegando a su fin cada tarde enciende la antigua cocina de leña antes de sentarse frente a la ventana. La casa está en silencio pues hace años que está sola con la única compañía de los castaños que rodean su aldea, por eso decidió perder la cabeza y vivir de nuevo, convirtiendo sus recuerdos en realidades.

Antes de sentarse se recoge el pelo en un moño y se pinta los labios, ella los cree aún carnosos como a sus veinte años pero sin embargo el carmín ya solo pinta un esbozo de lo que fue su boca. Pasa horas frente a su ventana observando el mismo paisaje: En la esquina, entre su cuadra del ganado y la casa de López,  empieza un sendero que baja hacia al pueblo sorteando casitas de losa y tejados de pizarra serpenteantes.  Al fondo, las montañas de la sierra imponentes y eternamente salpicadas de niebla, con el pico Navarín cerca del cielo, donde antaño llevaba a pastar las vacas.  

Desde esa ventana y en ese sendero fue donde le vio por última vez.  Ahora le sentía de nuevo allí parado con su uniforme de militar impuesto, sus botas  negras como España y su petate triste.  El sol aclaraba su pelo y sus ojos estaban llenos de miedo pero tenía una sonrisa de esperanza por volver a su aldea y abrazarla de nuevo algún día. Antes de partir, le envió un beso en el aire y ella lo cogió secándose las lágrimas.

Se habían conocido en la feria, le gustaba bailar pasodobles con él como único modo de intimidad permitido en sus tiempos, acariciar sus brazos con disimulo, acercarse un poco más de la cuenta mientras la carabina se despistaba. Después vino la boda, el estreno de la casa en la que ahora vivía y un buen día la carta que le llamaba a la guerra.

Aquella tarde se prometieron que, a pesar de todo lo que pasaba a su alrededor, volverían a encontrarse. Y desde aquella esquina que ahora observa fijamente con la mirada perdida,  le vio perderse camino abajo.

Ella le esperó más de medio siglo pero nunca volvió. Entonces decidió perder la cordura, así cada tarde desde su ventana, con la cocina de leña encendida y aunque sentada en una silla, le abraza, baila con él su pasodoble, le despide y vuelve a recoger una y otra vez el beso que él le envió como despedida.






 Ultramarinos Bodeler

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