Como el
otoño ya está llegando a su fin cada tarde enciende la antigua cocina
de leña antes de sentarse frente a la ventana. La casa está
en silencio pues hace años que está sola con la única compañía de los castaños
que rodean su aldea, por eso decidió
perder la cabeza y vivir de nuevo, convirtiendo sus recuerdos en realidades.
Antes
de sentarse se recoge el pelo en un moño y se pinta los labios, ella los cree aún
carnosos como a sus veinte años pero sin embargo el carmín ya solo pinta un
esbozo de lo que fue su boca. Pasa horas frente a su ventana observando el mismo
paisaje: En la esquina, entre su cuadra del ganado y la casa de López, empieza un sendero que baja hacia al
pueblo sorteando casitas de losa y tejados de pizarra serpenteantes. Al fondo, las montañas de la sierra
imponentes y eternamente salpicadas de niebla, con el pico Navarín cerca del cielo, donde antaño llevaba a
pastar las vacas.
Desde
esa ventana y en ese sendero fue donde le vio por última vez. Ahora le sentía de nuevo allí parado con
su uniforme de militar impuesto, sus botas negras como España y su petate triste. El sol aclaraba su pelo y sus ojos
estaban llenos de miedo pero tenía una sonrisa de esperanza por volver a su
aldea y abrazarla de nuevo algún día. Antes de partir, le envió un beso en el
aire y ella lo cogió secándose las lágrimas.
Se
habían conocido en la feria, le gustaba bailar pasodobles con él como único
modo de intimidad permitido en sus tiempos, acariciar sus brazos con disimulo,
acercarse un poco más de la cuenta mientras la carabina se despistaba. Después
vino la boda, el estreno de la casa en la que ahora vivía y un buen día la
carta que le llamaba a la guerra.
Aquella tarde se prometieron que, a pesar de todo lo que pasaba a su alrededor, volverían a
encontrarse. Y desde aquella esquina que ahora observa fijamente con la mirada
perdida, le vio perderse camino
abajo.
Ella
le esperó más de medio siglo pero nunca volvió. Entonces decidió perder la
cordura, así cada tarde desde su ventana, con la cocina de leña encendida y
aunque sentada en una silla, le abraza, baila con él su pasodoble, le despide y
vuelve a recoger una y otra vez el beso que él le envió como despedida.
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