Virus
informáticos que son creados especialmente para dañar sistemas operativos que fueron
inventados supuestamente para hacernos la vida más plácida y ágil, tramas
financieras artífices de lavado de dinero que se mueven con total impunidad en un mundo que azota al ladronzuelo y lame los pies del guante blanco, cuerpos humanos mercantes que
albergan sustancias que el sistema capitalista requiere para idiotizarnos, mientras se destinan recursos de las arcas estatales para paliar los efectos colaterales de un reparto de la riqueza que en su origen es crudamente desigual, países
con prestigio de maestros chocolateros y sede de organismos internacionales que
ocultan ganancias poco decorosas y cuyos índices de suicido son explicados desde la óptica que argumenta que la panza llena puede ser tan perjudicial como la vacía, industrias farmacéuticas y armamentísticas
para las cuales la buena salud y la paz no son un negocio, potencias mundiales
que llevan la bandera de la libertad y los derechos humanos y vierten a la atmósfera
dosis infectantes de CO2 entre otros de los muchos alicientes que hacen de nuestra supervivencia homínida un mero factor
aleatorio y un sinfín de actividades más que encabezan los triunfos de la razón
humana y que por cuestiones meramente prácticas, me abstengo de seguir
enumerando.
Salir
de África para conquistar el mundo no fue tarea fácil. Los paleoantropólogos
siguen afirmando que fue nuestro cuantioso cerebro devorador de proteínas lo
que nos permitió generar estrategias de supervivencia más sofisticadas para
sortear los obstáculos de un medio ambiente cambiante y por momentos, adverso. La
clave radica en la corteza cerebral, centralizadora de nuestra inteligencia,
causa potencial de nuestra capacidad de producir habilidades que nos permitan
aventajar a otras especies y aprovecharnos continuamente de los descuidos y
debilidades de los pares.
La
mente que es capaz de crear un sinnúmero de obras maravillosas que se engloban
en lo que conocemos como cultura, sin embargo, es la misma que sacude con una
crueldad inmensurable aquellos principios morales rectores que enarbolamos para
asegurarnos una reproducción y convivencia armónica. ¿Qué nos hace humanos?
¿Nuestra humanidad entendida en términos vinculados con la bondad y la empatía
hacia los otros con los cuales compartimos taxonomía o una humanidad
relacionada con el oportunismo y malicia productores de injusticias múltiples
por doquier?
Si
tanto el amor como el odio, son cosas que aprendemos… ¿por qué es tan popular
la sensación que el mal triunfa por sobre el bien? La respuesta puede ser
generacional, aunque, a lo largo de nuestra historia consciente y en algún
punto, inconsciente también, nos la hemos reformulado desde que comenzamos a habitar
las cavernas. Y si las réplicas son variadas y cambiantes es porque en algún
punto somos cautivos de esa razón que nos humaniza y deshumaniza a la vez. Esclavos
de nuestro intelecto y soberanos de nuestra lógica. Parecería una paradoja,
pero la dialéctica es parte de esa humanidad que edifica y rectifica. Hijos de la
duda, presos de la elucubración.
Vespertina Incrédula
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