Definir
qué es la belleza puede ser un ejercicio de tahúres y magos, un juego de
espejos, de palabras fáciles y huecas. La belleza hay que sentirla, saborearla,
cazarla. No valen atajos. Es rápida y fugaz, se escapa de las manos como un
puñado de arena del desierto. Hay que
saber de ella, conocer y conocerse, para no pasar por el mundo ciegos a su
esplendor y bálsamo.
Acudir
a una sala de cine y encontrarse con el lirismo de la Grande Bellezza, la última película del director italiano Paolo
Sorrentino, triunfadora en los Premios del Cine Europeo 2013, es una celebración
para los sentidos, es poesía es en estado puro. La Roma actual, deslumbrante, gran escenario
mítico, donde turistas aquejados del Síndrome de Stendhal y lugareños deambulan
buscando la respuesta a la gran pregunta.
Heredera
de la Dolce Vita, es un homenaje a
Roma y a Fellini, y Jep Gambardella, el seductor periodista protagonista, el
alter ego de un Marcello Mastroianni ya entrado en años y desencantado de “una vita tranquilla” llena de lujos, fiestas y relaciones vanas. Roma es la
belleza pero también la decadencia actual: nobles en alquiler que habitan
solemnemente sótanos de fastuosos palacios, arribistas que hacen de subir la escalera
social su deporte, criminales de altos vuelos, actores y figurantes de Telecinco,
strippers maduras, intelectuales de cartón piedra.
Jep
Gambardella (Toni Servillo) es un observador de toda esta comedia humana y llegados a sus
65 años toma conciencia de cuanto se ha alejado de si mismo. Tras publicar su
primer y exitoso libro dejó de escribir. Cuando le preguntan la razón de no
haber vuelto a publicar contesta que no
ha encontrado una historia que valiera la pena. La madurez, la muerte de seres
queridos y el tropezarse con los sentimientos de una antigua historia de amor
de juventud le devuelve una mirada más atenta a la silenciosa melodía de su
vida, a esos momentos de rara belleza. Quiere volver a escribir. Ha encontrado una historia que contar y
contarse, una respuesta.
Viridiana
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