Salió
del cine apresurada. No quería encontrarse con nadie. Era una de esas películas
que le gustaba digerir en soledad, sin interferencias: El eco de imágenes y palabras a sus anchas, sin más
interlocutor que sus propios pensamientos.
La
corriente gélida de la Gran Vía apremiaba a buscar refugio. Recordó aquella
reconfortante sopa ramen que tomó en su viaje a Nueva York, cuando su economía era
más alegre y despreocupada, y decidió que El Rey del tallarín era un digno sucedáneo.
Se sentó en una mesa junto a la ventana, de espaldas a la puerta. La mirada
seguía los platos y bandejas, abstraída de las voces solapadas, del rumor de
cocina. Mientras esperaba su pocillo humeante
emergió aquella frase que atesoraba la galleta de la fortuna tras aquel ágape en la Gran Manzana: “What is the distance
between the eyes and the soul?”. ¿Cuál es la distancia entre los ojos y el
alma? Sin entender muy bien lo que la pregunta quería transmitir, su
trascendencia había permanecido resonando en su
memoria hasta ese preciso instante.
Sorbo
a sorbo, Eva empezó a discurrir sobre la grandeza de Alan Turing. La película The imitation game se unía al
rescate de la historia del gran matemático que, entre otras proezas, había
conseguido descifrar el Código Enigma de las fuerzas militares alemanas durante la 2ª Guerra Mundial. A ella
le maravillaba cómo con el arma de la lógica y los algoritmos matemáticos se habían
conseguido desvelar las comunicaciones
interceptadas. Nunca había sido demasiado buena en matemáticas ni física y
muchos de estos conceptos le habían sonado siempre a un lenguaje alienígena. No
obstante, cada vez más le llamaban la atención.
¿Pueden
pensar las máquinas? ¿Se puede comportar una máquina de manera indistinguible de
una persona? Una pregunta difícil la de Alan Turing. Soñó con la creación de una
máquina inteligente, capaz de hacer deducciones lógicas y de aprender
adquiriendo nuevos conocimientos. Si hubiera podido vivir unos años más
seguramente habría encontrado respuestas sorprendentes. Otros científicos le
han tomado el relevo y siguen ensanchando los límites de la realidad, tal y como
la conocemos. Justo unos días antes, Eva había leído en el periódico una
entrevista al físico español Ignacio Cirac donde hablaba de su proyecto de
ordenador cuántico, el cual será capaz de descifrar cualquier código secreto
utilizado hoy en día, según afirmaba. La física cuántica, tan escurridiza aplicada a la computación.
A ella lo de la cuántica le parecía cosa de magia, algo surreal y las
explicaciones de Cirac, aún pedagógicas, no le aportaban mucha nitidez a la foto: “Las
cosas no están definidas, a menos que las observes”, apuntaba el físico español. “Una partícula
puede pasar por dos agujeros a la vez, dos agujeros que pueden estar en
cualquier sitio”, aclaraba asimismo.
Eva
pidió de postre plátano frito. El azúcar le vendría bien después de tanto
filosofar. Seguía sin entender mucho pero se reconfortaba con la melodía de la
pregunta de su galleta china: What is the distance between the eyes and the
soul? Se la repetía una y otra vez de camino a su casa. Echó una mirada a la luna,
más enigmática que nunca y por un momento pensó en lo raro y milagroso que era
todo.
Viridiana, texto y collage
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